NACIONAL-MASOQUISMO
Oyendo hablar de un hombre, fácil esacertar donde vio la luz del sol.
Si os alaba a Inglaterra, será inglés,
Si os habla mal de Prusia, es un francés,
Y si habla mal de España, es español.
(JOAQUIN MARÍA BARTRINA)
Mucho de cierto encierran las pinceladas sentenciosas del autor de Algo, aquel español de Reus al que los escasos treinta años con que le sorprendió la muerte en 1880, le alcanzaron con largueza para percibir dolorosamente ese reneguismo insólito, mezcla de complejo de inferioridad, fatalismo crónico y resentimiento, que en lo sucesivo denominaremos nacional-masoquismo, y que se hace presente en el ánimo de tantos compatriotas nuestros casi desde las jornadas heroicas en que, con la toma de Granada y el Descubrimiento del Nuevo Mundo, se consuma la unidad nacional y se abre camino en la historia el Imperio español.
El nacional-masoquismo deviene de esta suerte, en algo semejante a la sombra que acompaña de forma inevitable al cuerpo de nuestro decurso histórico. Y no lo hace incidentalmente como, hasta cierto punto, lógica pleamar en horas de desgracia y decadencia. No. Como cruel paradoja más allá de arribismos efímeros, flanquea también con implacable carácter inmanente los hitos señeros de nuestra andadura nacional. Diríase que está imbuido en nuestro ser; a modo de añadido espurio si se quiere, pero extendiendo su permanencia a lo largo de las centurias, sean cuales fueren las circunstancias. Podríamos concretar afirmando que, no ya en Trafalgar, en Cuba o en Annual, sino junto a cada San Quintín o cada Lepanto, aparece inefable el espectro del Antonio Pérez de turno
La especificidad del nacional-masoquismo español reside en su persistencia cronológica; en que larvado, enquistado con toda su purulencia en el organismo de España, ha trascendido sistemas políticos, dinastías, constituciones y revoluciones, sin ver alterada su esencia. Alimentando como adelantado las inmarcesibles leyendas negras y provocando el eterno retorno de nuestros fantasmas familiares, siempre encontró acólitos fervientes entre nuestros connacionales. Nos hallamos pues ante un original y distintivo engendro español.
El nacional-masoquismo por su acrisolada naturaleza autodestructiva, nada tiene que ver con una voluntad arquetípica de carácter regeneracionista que incluye necesariamente un saludable componente crítico pero sin obviar la esencia profunda del sujeto objeto de la acción renovadora. Muy por el contrario, el nacional-masoquismo persigue una transubstanciación de España, esto es, su transformación en algo distinto de lo que es; en definitiva, su desespañolización.
La pertinaz presencia de las corrientes nacional-masoquistas en España y su acción corrosiva han configurado un proceso degenerativo del concepto de lo español dentro y fuera de nuestras fronteras cuyos efectos mas visibles han sido sucesivamente, la paulatina ausencia de un sentido de misión en el mundo; el debilitamiento de la fe comunal en los principios constitutivos de lo español; y en último extremo, la demolición de los vestigios remotos de la mas elemental conciencia nacional, lo que subviene por inercia, en una progresiva apostasía colectiva.
Este proceso histórico que ha gravitado sobre el común denominador de la indeclinable permanencia del influjo nacional-masoquista en todas las esferas de la vida nacional, ha adquirido proporciones dantescas al ir alcanzando sus más conspicuos representantes las cimas del poder político. A día de hoy puede afirmarse sin rebozo, que la tendencia conoce su punto culminante, pudiendo intuir, aun los menos avezados, la posibilidad del finis Hispaniae
En orden a una clarificación conceptual, sería adecuado establecer los varios frentes abiertos por nuestros iluminados nacional-masoquistas, todos ellos haciendo eclosión pareja en esta hora. A título meramente enunciativo y eludiendo cualquier tentación casuística proponemos los que siguen:
1. La reinvención de la historia. Por un lado, con la maniquea Recuperación de la memoria en lo referente a los sucesos más cercanos en el tiempo, especialmente la guerra civil y el Franquismo. Por otra parte, y en lo que hace a la interpretación global de la Historia española, desde la invasión musulmana de la península hasta la Restauración, mediante una peculiar metodología que pedantemente se ha dado en llamar deconstrucción.
2. El secesionismo nacionalista, interconectado con el antedicho procedimiento de falsificación histórica, hasta el punto de haber fabricado un entramado virtual que, aunque únicamente apto para lerdos, iletrados y embusteros funcionales, ha ido ganando adeptos por mor de una inextricable manipulación comunitaria.
3. El pensamiento único, impuesto a través del totalitarismo involucionista de los medios de comunicación, férreamente controlados por el sistema, y detentadores en exclusiva de la patente democrática desde la que se da curso al mito de lo políticamente correcto, con la consiguiente estigmatización de quien o quienes se resistan a su inquisitorial dictado.
4. El colonialismo cultural, cimentado sobre la pretendidamente incontrovertible globalización que enmascara un mundialismo economicista, sin más valores que los del materialismo despiadado.
5. La inmigración salvaje, fruto evidente de la mundialización, proveniente en gran medida de países social, cultural, religiosa y políticamente distintos, -cuando no incompatibles- del nuestro, con sus secuelas de explotación encubierta, delincuencia, terrorismo y enfrentamiento social.
6. El desarme moral de la sociedad, sumida en la atonía y el entreguismo, y narcotizada con el desenfreno consumista.
Como fiel trasunto de todo ello, la lenidad deliberada en la acción gobernante, apenas interrumpida, en episódicos ejercicios diversivos, por el melifluo patriotismo constitucional de unos, algo así como un posmoderno ¡vivan las caenas!, o el talante de otros, insustancial disimulo de una alarmante ausencia de criterio rector. Rematando esta subespecie de sincretismo desvaído, una Corona hueca e incapaz, tercamente aferrada al Laissez-faire, y a cuyos beneficiarios mas les valiera recordar las punzantes y como de costumbre ingeniosas palabras de Quevedo:
Lo es el Rey Nuestro Señor a la manera de los hoyos, más grande cuanta más tierra le quitan.
Rafael Meléndez-Valdés
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