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Reflexiones para una NUEVAPOLÍTICA

JULIUS EVOLA: ORIENTACIONES

JULIUS EVOLA: ORIENTACIONES

JULIUS EVOLA
ORIENTACIONES (1)


1. Es inútil hacerse ilusiones con las quimeras de un optimismo cualquiera: en nuestros días nos encontramos al final de un ciclo. Desde hace ya siglos, primero imperceptiblemente, después como el movimiento de una masa que se desploma, son múltiples los procesos que han destruido en Occidente todo ordenamiento normal y legítimo de los hombres, que han falseado incluso la más alta concepción de la vida, de la acción, del conocimiento y del combate. El movimiento de esta caída, su velocidad, su aspecto vertiginoso, ha sido llamado “progreso”. Y a este “progreso” se han dedicado himnos, y se tuvo la ilusión de que esta civilización -civilización de materia y de máquinas- era la civilización por excelencia, a la cual habría estado preordenada toda la historia anterior del mundo: finalmente, las consecuencias últimas de todo este proceso fueron tales que provocaron, en algunos, un despertar.
Se sabe dónde, y bajo qué símbolos, se intentaron organizar las fuerzas de una posible resistencia. Por un lado, una nación que desde su unificación no había conocido más que el mediocre clima del liberalismo, de la democracia y de la monarquía constitucional, tuvo la osadía de recoger el símbolo de Roma como base para una nueva concepción política y para un nuevo ideal de virilidad y de dignidad. Por otro lado, en otra nación, que en el Medievo había hecho suyo el principio romano del Imperium, fuerzas análogas se despertaron para reafirmar el principio de autoridad y la primacía de todos aquellos valores que tienen sus raíces en la sangre, en la raza y en los instintos más profundos de una estirpe. Y mientras que en otras naciones europeas algunos grupos se orientaron en el mismo sentido, una tercera fuerza se alineó en el mismo campo de combate en el continente asiático: la nación de los samurai, en la que la adopción de las formas externas de la civilización moderna no había lesionado la fidelidad a una tradición guerrera, centrada en el símbolo del Imperio solar de derecho divino.
No se pretende que, en estas corrientes, la distinción entre lo esencial y lo accesorio fuese clara, que en ellas las ideas tuvieran paralelamente una adecuada convicción y cualificación en la persona, ni que hubieran sido superadas algunas influencias de aquellas mismas fuerzas a las que se debía combatir. El proceso de purificación ideológica habría podido tener lugar en un segundo tiempo, una vez que hubieran sido resueltos algunos problemas políticos inmediatos e inaplazables. Pero, incluso así, era evidente que estaba tomando cuerpo una concentración de fuerzas en abierto desafío frente a la llamada civilización “moderna”, tanto para las democracias herederas de la revolución francesa como para la encarnación del límite extremo de la degradación del hombre occidental: la civilización colectivista del Cuarto Estado, la civilización proletaria del hombre-masa anónimo y sin rostro. La velocidad se aceleró, se acentuó la tensión hasta que Ilegó el choque armado de las fuerzas en pugna. Lo que prevaleció fue el poder bruto de una coalición que no retrocedió ante la más híbrida alianza de intereses y la más hipócrita movilización ideológica para aplastar a un mundo que estaba poniéndose en pie y que intentaba afirmar su derecho. Dejamos al margen el hecho de saber si nuestros hombres estuvieron o no a la altura de su empresa, si se cometieron errores en cuanto al sentido de la oportunidad, de la preparación completa, de la medida del riesgo, ya que esto no compromete al significado profundo de la lucha que se produjo. Del mismo modo, no nos interesa saber que hoy la historia se vengue de los vencedores, que, por una justicia inmanente, las potencias democráticas, tras haberse aliado con las fuerzas de la subversión roja para Ilevar la guerra hasta el insensato extremo de la rendición incondicional y de la destrucción total, vean volverse contra ellas a sus aliados de ayer, peligro éste mucho más temible que el que querían conjurar.
Lo único que cuenta es que hoy nos encontramos en medio de un mundo en ruinas. Y la pregunta que debe plantearse es la siguiente: ¿existen aún hombres en pie en medio de estas ruinas? ¿Y qué deben o pueden hacer aún?


2.- Aquí tenemos que restringir los horizontes y limitarnos a lo que atañe a nuestra nación. En primer lugar, debemos reconocer claramente que las destrucciones que hoy en día nos rodean son más bien de carácter moral y espiritual que de naturaleza material, económica o social. No hay nada que no se pague: el destino relativamente mejor -si lo comparamos con las otras naciones vencidas- que la traición y la deserción nos han deparado (2) tiene su contrapartida en un desfallecimiento interior, en un marasmo ideológico, en un decaimiento del carácter y de toda verdadera dignidad (3). Reconocer esto significa también reconocer que el problema principal, el fundamento de cualquier otro, es de naturaleza interior: rebelarse, renacer interiormente, darse una forma, crear en sí mismos un orden y una rectitud. Nada han aprendido de las lecciones del pasado reciente quienes hoy todavía se ilusionan a propósito de las posibilidades de una lucha puramente política y sobre el poder de tal o cual fórmula o sistema, si no se parte, ante todo, de una nueva cualidad humana. Es éste un principio que hoy, más que nunca, debería aparecer con una evidencia absoluta: si un Estado tuviera un sistema político o social que, en teoría, valiera corno el más perfecto, pero en el cual la substancia humana fuese deficiente, entonces este Estado descendería antes o después al nivel de las sociedades más bajas, mientras que, por el contrario, un pueblo, una raza capaz de engendrar verdaderos hombres, hombres de intuición justa y de instinto seguro, alcanzaría un alto nivel de civilización y se mantendría en pie, firme frente a las más arduas y calamitosas pruebas, incluso aunque su sistema político fuera deficiente o imperfecto. Hay que adoptar, pues, una precisa posición contra el falso “realismo político”, que piensa sólo en términos de programas, de problemas, de organización de partidos, de recetas sociales y económicas. Todo esto es contingente y no esencial. La medida de lo que aún puede ser salvado depende, por el contrario, de la existencia o no de hombres que vivan no para predicar fórmulas, sino para ser ejemplos; no para ir al encuentro de la demagogia y del materialismo de las masas, sino para despertar diferentes formas de sensibilidad y de interés. A partir de lo que, pese a todo, sobrevive aún entre las ruinas, reconstruir lentamente un hombre nuevo, animarlo gracias a un determinado espíritu y una adecuada visión de la vida, fortificarlo mediante la adhesión férrea a ciertos principios. Este es el verdadero problema.

3.- En el plano espiritual, existe efectivamente algo que puede servir como orientación para las fuerzas de la resistencia y del alzamiento: es el espíritu legionario. Se trata de la actitud de quienes supieron elegir el camino más duro, de quienes supieron combatir aun siendo conscientes de que la batalla estaba materialmente perdida, de quienes supieron revivir y convalidar las palabras de la antigua saga: La fidelidad es más fuerte que el fuego, saga a través de la cual se afirma la idea tradicional de que es el sentido del honor y de la vergüenza, y no las exiguas medidas extraídas de pequeñas moralinas, lo que crea una diferencia substancial y existencial entre los seres, casi como entre una raza y otra (4).
Ahora es preciso separar este espíritu de las fórmulas ideológicas más o menos problemáticas que en aquel período fueron esbozadas y que algunos, hoy, erróneamente toman por lo esencial, haciendo de ellas su bandera; ese espíritu debe ser aceptado en su estado puro y extenderlo del tiempo de guerra al tiempo de paz, de esta paz que no es más que una tregua y un desorden malamente contenido, hasta que se determine una discriminación y un nuevo frente de batalla en formación (5). Éste debe realizarse en términos mucho más esenciales de los que se dan en un “partido”, que puede ser sólo un instrumento contingente en previsión de determinadas luchas políticas; incluso en términos más esenciales también que los representados por un simple “movimiento”, si por “movimiento” se entiende solamente un fenómeno de masas y de agregación, un fenómeno cuantitativo más que cualitativo, basado más en factores emocionales que en la severa y franca adhesión a una idea. De lo que se trata es más bien de una revolución silenciosa, de origen profundo, que debe resultar de la creación, en el interior del individuo, de las premisas de ese orden que, después, tendrá que afirmarse también en el exterior, suplantando fulminantemente, en el momento justo, las formas y las fuerzas de un mundo de decadencia y de subversión. El “estilo” que debe imperar es el de quien se mantiene sobre posiciones de fidelidad a sí mismo y a una idea, en un recogimiento profundo, en un rechazo por todo compromiso, en un empeño total que se debe manifestar no sólo en la lucha política sino también en toda expresión de la existencia: en las fábricas, en los laboratorios, en las universidades, en las calles, en el dominio personal de los afectos y los sentimientos. Se tiene que Ilegar al punto en que el tipo humano del que hablamos, que debe ser la sustancia celular de nuestras tropas en formación, sea reconocible, imposible de confundir, diferenciado, y pueda decirse de él: “he aquí alguien que actúa como un hombre del movimiento”.
Esto mismo quiso hacer la revolución de ayer, pero varios factores lo impidieron (6). Hoy, en el fondo, las condiciones son mejores, porque no existen equívocos y basta mirar alrededor, desde la calle al parlamento, para que las vocaciones sean puestas a prueba y se obtenga, claramente, la medida de lo que nosotros “no” debemos ser. Ante un mundo podrido cuyo principio es: “haz lo que veas hacer”, o, también, “primero el vientre, el pellejo (tan citado por Malaparte), y después la moral”, o también: “éstos no son tiempos en que se pueda uno permitir el lujo de tener un carácter”, o, en fin: “tengo una familia que alimentar”, nosotros oponemos esta norma de conducta, firme y clara: “No podemos actuar de otra forma, éste es nuestro camino, ésta es nuestra forma de ser”. Todo lo que de positivo se podrá obtener hoy o mañana nunca se logrará mediante la habilidad de los agitadores y de los políticos, sino a través del natural prestigio y el reconocimiento de los hombres de la generación anterior, o, mejor aún, de las nuevas generaciones, hombres que serán capaces de todo ello y que suministrarán una garantía en favor de su idea.

4.- Es, pues, una substancia nueva la que debe afirmarse, en sustitución de aquella, podrida y desviada, creada en el clima de la traición y de la derrota, mediante un lento avance más allá de los esquemas, de los rangos y de las posiciones sociales del pasado. Se trata de una figura nueva que debemos tener ante los ojos para poder medir la propia fuerza y la propia vocación. Esta figura, es importante y fundamental reconocerlo, no tiene nada que ver con las clases en tanto que categorías sociales y económicas, ni con los antagonismos que les son relativos. Dicha figura podrá manifestase tanto bajo la forma del rico como del pobre, del obrero como del aristócrata, del empresario como del investigador, del técnico, del teólogo, del agricultor, del hombre político en sentido estricto. Pero esta nueva substancia conocerá una diferenciación interna, la cual será perfecta cuando, de nuevo, no quepan dudas acerca de las vocaciones a las que seguir y sobre las funciones de la obediencia y del mando, cuando un prístino símbolo de autoridad absoluta reine en el centro de las nuevas estructuras jerárquicas.
Esto define una dirección tan antiburguesa como antiproletaria, una dirección totalmente liberada de las contaminaciones democráticas y de las mentiras “sociales” y, por consiguiente, dirigida hacia un mundo claro, viril, articulado, hecho por hombres y por jefes de hombres. Despreciamos el mito burgués de la “seguridad”, de la mezquina vida estandarizada, conformista, domesticada y “moralizada”. Despreciamos el vínculo anodino propio de todo sistema colectivista y mecanicista y de todas las ideologías que confieren a los confusos valores “sociales” primacía sobre los valores heroicos y espirituales, por medio de los cuales se debe definir, para nosotros, en todos los dominios, el tipo del hombre verdadero, de la persona absoluta. Algo esencial será conseguido cuando se despierte nuevamente el amor por un estilo de impersonalidad activa, en el que lo que cuenta es la obra y no el individuo, por el cual seamos capaces de considerar como algo importante no a nosotros mismos, sino a la función, la responsabilidad, la tarea que se acepta, el objetivo perseguido. Allí donde este espíritu se afirme se simplificarán muchos problemas de orden también económico y social, los cuales quedarían sin solución si se afrontaran desde el exterior, sin la previa eliminación de la infección ideológica que ya, de partida, perjudica todo retorno a la normalidad e incluso la misma percepción de lo que significa normalidad.

5.- No sólo como orientación doctrinal, sino también respecto al mundo de la acción, es importante que los hombres alineados en el nuevo frente reconozcan con exactitud la concatenación de las causas y de los efectos y la continuidad esencial de la corriente que ha dado vida a las varias formas políticas que hoy se debaten en el caos de los partidos. Liberalismo, democracia, socialismo, radicalismo, en fin, comunismo o bolchevismo no han aparecido históricamente sino como grados de un mismo mal, como estadios que prepararon sucesivamente el complejo proceso de una caída. El principio de esta caída se sitúa en el punto en el que el hombre occidental rompió los vínculos con la tradición, desconoció todo símbolo superior de autoridad y de soberanía, reivindicó para si mismo como individuo una libertad vana e ilusoria, se convirtió en un átomo en vez de en parte integrante de la unidad orgánica y jerárquica de un todo. El átomo, finalmente, tenía que chocar contra la masa de los restantes átomos, de los demás individuos, y quedar envuelto en medio de la emergencia del reino de la cantidad, del puro número, de la masa materializada, no teniendo otro dios que la economía soberana. Y este proceso no se detiene a medio camino. Sin la revolución francesa, el liberalismo y la revolución burguesa no se habrían dado el constitucionalismo y la democracia; sin la democracia, no habrían surgido ni el socialismo ni el nacionalismo demagógico; sin la preparación puesta en marcha por el socialismo, no se habrían producido ni el radicalismo ni, finalmente, el comunismo. El hecho de que estas varias formas hoy se presenten una junto a otra o antagónicamente no debe impedir reconocer a un ojo atento que esas formas se mantienen unidas, se enlazan, se condicionan recíprocamente, y solamente expresan los distintos grados de una misma corriente, de una misma subversión del orden social normal y legítimo. Así, la gran ilusión de nuestro tiempo es creer que la democracia y el liberalismo sean la antítesis del comunismo y tengan el poder de contrarrestar la marea de las fuerzas bajas, de lo que en la jerga de ciertos sindicalistas se Ilama el movimiento “progresista”. Se trata de una ilusión: es como si alguien dijese que el crepúsculo es la antítesis de la noche, que el grado incipiente de un mal es la antítesis de su forma aguda y endémica, que un veneno diluido es la antítesis de ese mismo veneno en su estado puro y concentrado. Los hombres de gobierno de esta Italia “liberada” no han aprendido nada de la historia más reciente, cuyas lecciones se han repetido por todas partes hasta la monotonía, y continúan su juego conmovedor con concepciones políticas caducas y vanas en un carnaval parlamentario, cual danza macabra sobre un volcán latente. Pero para nosotros, en cambio, debe ser característico el coraje del radicalismo, el “no” dicho a la decadencia política en todas sus formas, sean de izquierda, sean de una presunta derecha. Y, sobre todo, se debe ser consciente de que con la subversión no se pacta, que hacer concesiones hoy significa condenarse y ser arrollado completamente mañana. Intransigencia de la idea, por lo tanto, y rapidez en avanzar con las fuerzas puras cuando Ilegue el momento adecuado.
Esto implica, naturalmente, desembarazarse además de la distorsión ideológica, desgraciadamente expandida entre una gran parte de nuestra juventud, y en función de la cual se aprueban coartadas destinadas a destrucciones ya consumadas, manteniendo la ilusión de que esas destrucciones, después de todo, son necesarias y servirán al “progreso”; se cree que se debe combatir por cualquier cosa “nueva”, oculta en un indeterminado porvenir, en vez de por las verdades que ya poseemos, porque estas verdades, aunque bajo diversas formas de aplicación, siempre y en todas partes han servido de base a todo tipo recto de organización social y política. Rechazad estos caprichos y reíros de quien os acuse de “antihistóricos” y “reaccionarios”. No existe la Historia como entidad misteriosa escrita con mayúscula. Son los hombres, mientras estos son realmente hombres, quienes hacen y deshacen la historia; el así Ilamado “historicismo” es más o menos lo mismo que lo denominado en los ambientes de izquierda “progresismo”, y éste sólo fomenta hoy la pasividad frente a la corriente que aumenta y empuja siempre hacia abajo. Y en cuanto al “reaccionarismo”, preguntad: ¿Qué queréis, que mientras vosotros actuáis, destruyendo y profanando, nosotros no reaccionemos, sino que nos quedemos mirandoos y más aún, os animemos diciendo: bravo, continuad? Nosotros no somos reaccionarios, porque la palabra no es lo suficientemente fuerte y, sobre todo, porque partimos de lo positivo, representamos lo positivo, valores reales y originarios que no necesitan de ningún “sol del mañana”.
Frente a nuestro radicalismo, en particular, aparece irrelevante la antítesis entre el “Este” y el “Oeste”, entre el “Oriente”’ rojo y el “Occidente” democrático, y asimismo nos parece trágicamente irrelevante incluso el eventual conflicto armado entre estos dos bloques. De cara a un tiempo inmediato, subsiste ciertamente clara la elección del mal menor, porque la victoria militar del “Este” implicaría la destrucción física inmediata de los últimos exponentes de la resistencia. Pero, en el plano ideológico, Rusia y América del Norte deben considerarse como las dos garras de una misma tenaza que se va apretando alrededor de Europa. En dos formas distintas, pero convergentes, actúan estas fuerzas extrañas y enemigas. Las formas de estandarización, de conformismo, de nivelación “democrática”, de frenesí productivo, de más o menos tiránico y explícito “brain trust”, de materialismo práctico en el seno del americanismo, pueden servir sólo para allanar el camino para la fase posterior, que está representada, sobre la misma dirección, en el ideal puramente comunista del hombre-rnasa. El carácter distintivo del “americanismo” es que su ataque a la cualidad y a la personalidad no se realiza mediante la brutal coacción de una dictadura marxista y de un pensamiento de Estado, sino casi espontáneamente, a través de las vías de una civilización que no conoce otros valores más altos que la riqueza, el rendimiento, la producción ilimitada, que es lo que por exasperación y reducción al absurdo eligió Europa, y en ella los mismos motivos han tomado forma o la están tomando. Pero el primitivismo, el mecanicismo y la brutalidad están tanto en una como en otra parte. En un cierto sentido, el “americanismo” para nosotros es más peligroso que el bolchevismo, por ser una especie de caballo de Troya. Cuando el ataque contra los valores residuales de la tradición europea se efectúa en la forma directa y desnuda propia de la ideología bolchevique y del estalinismo, aún se despiertan reacciones, ciertas líneas de resistencia que, aunque caducas, se pueden mantener. De otro modo suceden las cosas cuando el mismo mal actúa en forma más sutil y las transformaciones acontecen imperceptiblemente en el plano de las costumbres y de la visión general de la vida, como sucede en el caso del americanismo. Sufriendo ligeramente esta influencia bajo el signo de la libertad democrática, Europa se predispone ya a su última abdicación, tanto que podrá incluso suceder que no haya necesidad de una catástrofe militar, sino que por vía “progresiva” se Ilegue, tras una última crisis social, más o menos al mismo punto. De nuevo, a mitad del camino nada se puede detener. El americanismo, lo quiera o no, trabaja a favor de su aparente enemigo, el colectivismo.

6.- No sin relación con esto, nuestro radicalismo de la reconstrucción exige que no se transija no sólo con ninguna de las variedades de la ideología marxista o socialista, sino tampoco con aquello que en general se puede Ilamar la alucinación o el demonismo de la economía. Se trata aquí de la idea de que en la vida individual y colectiva el factor económico sea lo más importante, real, decisivo; que la concentración de los valores e intereses en el plano económico y productivo no sea la aberración sin precedentes del hombre occidental moderno, sino algo normal, no una brutal y eventual necesidad, sino algo que se desea y se exalta. En este círculo cerrado y oscuro se encuentran atrapados tanto el capitalismo como el marxismo. Debemos romper este círculo. Mientras no se sepa hablar más que de clases económicas, de trabajo, de salarios, de producción, mientras se piense que el verdadero progreso humano, la verdadera elevación del individuo, está solamente condicionado por un particular sistema de distribución de la riqueza y de los bienes y tenga relación con la pobreza y el bienestar, con el estado de la prosperity o con el socialismo utópico, se permanecerá siempre en el mismo plano de lo que debe combatirse. Nosotros afirmamos que todo aquello que es economía e interés económico como mera satisfacción de la necesidad animal ha tenido, tiene y siempre tendrá una función subordinada en una humanidad normal; que más allá de esta esfera debe diferenciarse un orden de valores superiores, políticos, espirituales y heroicos, un orden que -como ya hemos dicho- no conoce y ni siquiera admite “proletarios” o “capitalistas” y que sólo en función de dicho orden se deben definir aquellas cosas por las que vale la pena vivir y morir; un orden que debe establecer una verdadera jerarquía, diferenciar nuevas dignidades y, en la cumbre, entronizar la superior función del mando, del Imperium.
Así, a este respecto, van a desarraigarse muchas malas hierbas que han crecido también en nuestras filas. ¿Qué significa, si no, ese discurso del “Estado del Trabajo”, del “socialismo nacional”, del “humanismo del trabajo” y similares? ¿qué significan esas llamadas más o menos explícitas a una involución de la política dentro de la economía, recogiendo así una de esas tendencias problemáticas hacia un “corporativismo integral” y, en el fondo, acéfalo, que en el fascismo ya encontró, afortunadamente, el paso obstruido? ¿Qué es eso de considerar la formula de la “socialización” como una especie de fármaco universal y elevar la “idea social” a símbolo de una nueva civilización que, quién sabe cómo, debería estar más allá tanto del “Este” como del “Oeste”?
Éstos -es necesario reconocerlo- son puntos oscuros presentes en no pocos espíritus que, también, por otra parte, se encuentran en nuestro mismo frente. Con lo cual ellos piensan que se mantienen fieles a una consigna “revolucionaria”, mientras que en realidad obedecen sólo a sugestiones más fuertes que ellos mismos, de las que está saturado un ambiente político degradado. Y entre tales sugestiones se encuentra la misma “cuestión social”. ¿Cuándo se tomará conciencia de la verdad, es decir, de que el marxismo no ha surgido porque haya existido una cuestión social objetiva, sino que la cuestión social surge -en numerosísimos casos- sólo porque existe un marxismo, vale decir, artificialmente, y sin embargo, en términos casi siempre insolubles, por obra de los agitadores, de los famosos “excitadores de la conciencia de clase”, sobre los que Lenin se ha expresado muy claramente, puesto que ha refutado el carácter espontáneo de los movimientos revolucionarios proletarios?
Es partiendo de esta premisa desde donde se debería actuar, en el sentido antes mencionado de la desproletarización ideológica, de la desinfección de las partes aún sanas del pueblo del virus político socialista. Sólo entonces, una y otra reforma podrá ser estudiada y realizada sin peligro, según la verdadera justicia.
De este modo, como caso particular, se verá según qué espíritu la idea corporativa puede ser de nuevo una de las bases de la reconstrucción: el corporativismo no tanto como un sistema general de equilibrio estático y casi burocrático que mantenga la idea nociva de opuestas formaciones clasistas, sino como voluntad de encontrar, en el mismo seno de la empresa, esa unidad, esa solidaridad de fuerzas diferenciadas que la prevaricación capitalista (con el tipo más reciente y parásito del especulador y del capitalista financiero), por un lado, y la agitación marxista, por otro, han perjudicado y roto. Es necesario restituir a la empresa una forma de unidad casi militar, en la cual al espíritu de responsabilidad, a la energía y a la competencia de quien dirige, se acompañen el de la solidaridad y la fidelidad de las fuerzas laborales asociadas alrededor de él en la común empresa o misión. Si se considera su aspecto legítimo y positivo, tal es entonces el sentido de la “socialización”. Pero esta designación, como se ve, es poco apropiada, pues es más bien de una reconstrucción orgánica de la economía y de la empresa de lo que se debería hablar, y deberíamos guardarnos, usando esta fórmula con simples objetivos de propaganda, de adular el espíritu de sedición de las masas transformado en “justicia social” proletaria (7). En general, debería recuperarse el mismo estilo de impersonalidad activa, de dignidad, de solidaridad en la producción, que fue el estilo propio de las antiguas corporaciones o gremios de artesanos y profesionales (8). Pero, repitámoslo, a esto se debe Ilegar partiendo desde el interior. Lo importante es que, contra toda forma de resentimiento y de rivalidad social, cada uno sepa reconocer y amar su propia función, aquella que verdaderamente es conforme a su propia naturaleza, reconociendo así los límites dentro de los cuales puede desarrollar sus potencialidades y conseguir una perfección propia; porque un artesano que desempeña perfectamente su función es indudablemente superior a un rey que se desvía y que no está a la altura de su dignidad.
En particular, podemos admitir un sistema de competencias técnicas y de representaciones corporativas para sustituir al parlamentarismo de los partidos; pero debe tenerse presente que las jerarquías técnicas, en su conjunto, no pueden significar nada más que un grado en la jerarquía integral: se refieren al orden de los medios, que han de subordinarse al orden de los fines, al cual por tanto corresponde la parte propiamente política y espiritual del Estado. Hablar, pues, de un “Estado del trabajo” o de “la producción” equivale a hacer de la parte un todo, a reducir, por analogía, a un organismo humano a sus funciones simplemente físico-vitales. Una tal elección, oscura y obtusa, no puede ser nuestra bandera, al igual que tampoco la idea social. La verdadera antítesis, tanto frente al “Este” como frente al “Oeste”, no es el “ideal social”. Lo es, en cambio, la idea jerárquica integral. Respecto a esto, ninguna incertidumbre es tolerable.

7.- Si la idea de una unidad política viril y orgánica formó ya parte esencial del mundo que fue vencido -y se sabe que, entre nosotros, se evocó de nuevo el símbolo romano- debemos también reconocer los casos en los cuales esta exigencia se desvió y abortó hacia la dirección equívoca del “totalitarismo”. Esto, de nuevo, es un punto que se debe ver con claridad, a fin de que la diferencia entre los frentes sea precisa y no se suministren armas a quienes quieren confundir las cosas. Jerarquía no es jerarquismo (un mal éste que, desgraciadamente, intenta extenderse en nuestros días), y la concepción orgánica nada tiene que ver con una esclerosis de la idolatría del Estado ni con una centralización niveladora. En cuanto a los individuos, la verdadera superación, tanto del individualismo como del colectivismo, se da solamente cuando los hombres se encuentran frente a los hombres, en la diversidad natural de su ser y de su dignidad, teniendo gran importancia el antiguo principio de que “la suprema nobleza de los jefes no es la de ser amos de siervos, sino señores que también aman la libertad de quienes les obedecen” (9). Y en cuanto a la unidad que debe impedir, por regla general, toda forma de disociación y de absolutización de lo particular, tiene que ser esencialmente espiritual, debe ser y tener una influencia central orientadora, un impulso que, según los dominios, asume las más diferentes formas de expresión. Ésta es la verdadera esencia de la concepción “orgánica”, opuesta a las relaciones rígidas e intrínsecas propias del “totalitarismo”. En este marco, la exigencia de la libertad y de la dignidad de la persona humana, que el liberalismo sabe concebir solamente en términos individualistas, igualitarios y privados, puede realizarse integralmente. Es en este espíritu en el que se van a encuadrar las filas de la nueva alineación y en el que las estructuras de un nuevo ordenamiento político-social van a ser estudiadas, para dar unas claras y firmes articulaciones (10).
Pero estas estructuras necesitan de un centro, de un punto supremo de referencia. Es necesario un nuevo símbolo de soberanía y de autoridad. La consigna a este respecto debe ser precisa, puesto que no podemos admitir tergiversaciones ideológicas. Se debe decir claramente que aquí no se trata del así Ilamado problema institucional sino de modo subordinado; se trata, ante todo, de aquello que es necesario para lograr una “atmósfera” específica que haga posible el fluido que debe animar toda relación de fidelidad, de dedicación, de servicio, de acción desinteresada, hasta superar verdaderamente el gris, mecanicista y torcido mundo político y social actual. En este camino hoy se acabará en un callejón sin salida si no se es capaz de asumir una especie de áscesis de la idea pura. Para numerosos espíritus, la percepción clara de la dirección justa le viene perjudicada tanto por algunos antecedentes poco felices de nuestras tradiciones nacionales como por las trágicas contingencias de un pasado reciente. Estamos dispuestos a admitir la incoherencia de la solución monárquica, si se piensa en aquellos que hoy en día sólo saben defender el residuo de una idea, un símbolo vacío y desvirilizado, como lo es el de la monarquía constitucional y parlamentaria. Pero, del mismo modo, debemos declarar nuestro rechazo de la idea republicana. Ser antidemócrata por un lado, y por otro defender “ferozmente” (tal es desgraciadamente la terminología de algunos exponentes de una falsa intransigencia) la idea republicana es un absurdo que salta a los ojos: la república (en su representación moderna, pues las repúblicas antiguas fueron aristocracias -como en Roma- u oligarquías, éstas a menudo con carácter de tiranías) pertenece esencialmente al mundo surgido tras el jacobinismo y la subversión antitradicional y antijerárquica del siglo XIX. Que se la deje entonces a ese mundo, que no es el nuestro (11). En cuanto a Italia, es inútil jugar al equívoco en nombre de una presunta fidelidad al fascismo de Saló, pues si por esta razón se debiera seguir la falsa vía republicana, se sería precisamente infiel a algo superior, se echaría por la borda el núcleo central de la ideología del Ventenio, es decir, su doctrina del Estado como autoridad, poder, imperium.
Ésta es la doctrina que se debe seguir, sin consentir en descender de nivel ni hacer el juego a ningún grupo. La concreción del símbolo, por ahora, puede quedar indeterminada. Decir solamente: Jefe, Jefe del Estado. Aparte de esto, el principal y esencial deber es preparar silenciosamente el ambiente espiritual adecuado para que el símbolo de la autoridad intangible sea percibido y reasuma su pleno significado: a tal símbolo no podría corresponder la estatura de cualquier revocable “presidente” de la república, ni tampoco un tribuno o jefe popular, detentador de un simple poder individual informe, privado de un carisma superior, de un poder basado de hecho en la fascinación precaria que ejerce sobre las fuerzas irracionales de la masa. Este fenómeno, llamado por algunos “bonapartismo”, ha sido interpretado justamente no como lo contrario de la democracia demagógica o “popular”, sino como su lógica conclusión: el “bonapartismo” es una de las sombrías apariciones de la spengleriana “decadencia de Occidente”. Ésta es otra piedra de toque y una prueba para los nuestros: la sensibilidad respecto a todo esto. Ya un Carlyle había hablado “del mundo de los siervos que quieren ser gobernados por un pseudo-Héroe”, y no por un Señor.

8.- En un análogo orden de ideas debe ser precisado otro punto. Se trata de la posición que se debe tomar frente al nacionalismo y a la idea genérica de patria. Esto es especialmente oportuno en cuanto que hoy, muchos, intentando salvar aun lo que puede ser salvado, querrían hacer valer de nuevo una concepción romántica, sentimental y al mismo tiempo naturalista de la nación, idea extraña a la más alta tradición política europea y poco conciliable con la misma concepción del Estado de la que se ha hablado. Concretamente hablando, dado que se asiste en nuestros días a la formación de grandes bloques internacionales definidos por una idea, no se puede entender que algunos puedan insistir en la formula de una piadosa “pacificación nacional” y de una “solidaridad de los hijos de una tierra común”, cuando hemos visto cómo la idea de patria ha podido ser invocada entre los nuestros retórica e hipócritamente, por las facciones más opuestas, e incluso por quienes están a sueldo de la subversión roja (12). Pero más esencial es la cuestión de principio. El plano político, en tanto que tal, es el de las unidades superiores con respecto a las unidades definidas en términos naturalistas, como es el caso de aquellas que corresponden a las nociones genéricas de nación, patria y pueblo. En este plano superior, lo que une y divide es la idea, una idea encarnada por una determinada elite y tendente a concretarse en el Estado. Por ello, la doctrina fascista -fiel en ello a la mejor tradición política europea-, otorga a la Idea y al Estado la primacía sobre la nación y el pueblo, y estima que nación y pueblo no adquieren un sentido y una forma y no participan en un grado superior de existencia más que en el interior del Estado. Justamente, es en períodos de crisis como el actual que es necesario mantenerse firmes en esta doctrina. Es en la Idea donde debe ser reconocida nuestra verdadera patria. Lo que cuenta hoy no es el hecho de pertenecer a una misma tierra o de hablar una misma lengua, sino el hecho de compartir la misma idea. Tal es la base, el punto de partida. A la unidad colectivista de la nación -des enfants de la patrie- (13)en la forma en que ha predominado cada vez más a partir de la revolución jacobina, oponemos algo que se asemeje a una Orden, hombres fieles a los principios, testimonios de una autoridad y de una legitimidad superiores procedentes precisamente de la Idea. Aunque hoy seria deseable, en cuanto a los fines prácticos se refiere, avanzar hacia una nueva solidaridad nacional, no se debe descender, para alcanzarla, a ningún tipo de compromiso; la condición sin la cual todo resultado sería ilusorio es que se aísle y tome forma un frente definido por la Idea, en tanto que idea política y visión de la existencia. Otro camino, hoy en día, no existe: es necesario que, de entre las ruinas, se renueve el proceso de los orígenes, aquel que, basado en las elites y en un símbolo de soberanía y de autoridad, hizo unirse a los pueblos dentro de los grandes Estados tradicionales, como otras tantas formas surgiendo de lo informe. No se debe entender que este realismo de la idea significa mantenerse en un plano que es, en el fondo, infrapolítico: el plano del naturalismo y del sentimentalismo, por no decir claramente el de la retórica patriotera.
Y en el caso de que quisiéramos igualmente apoyar nuestra idea en las tradiciones nacionales, habría que estar atentos, pues existe toda una “historia nacional” de inspiración masónica y antitradicional especializada en atribuir el carácter nacional italiano a los aspectos más problemáticos de la historia de Italia, comenzando con la rebelión de las Comunas apoyadas por el güelfismo. Así, toma relieve una “italianidad” tendenciosa, en la cual nosotros, que hemos escogido el símbolo romano, no podemos ni queremos reconocernos. Esa “italianidad” se la dejamos, con mucho gusto, a quienes, con la “liberación” y el movimiento partisano, han celebrado el “segundo Risorgimiento”.
Idea, Orden, elite, Estado, hombres de Orden. Éstos son los términos en los que debe mantenerse la línea fundamental, mientras sea posible.

9.- Es necesario ahora hablar del problema de la cultura, aunque no demasiado extensamente. En efecto, la cultura no debe ser sobrevalorada. Lo que Ilamamos “visión del mundo” no se basa en los libros; es una forma interior que puede encontrarse con más autenticidad en una persona sin una particular cultura que en un “intelectual” o en un escritor. Se puede imputar como hecho nefasto de la “cultura libre”, al alcance de todo el mundo, el que el individuo esté indefenso frente a los influjos de todo género, incluso cuando es incapaz de mostrarse activo frente a ellos, de discriminar y juzgar según un criterio justo.
Pero no es éste el lugar de extenderse sobre tal punto. Baste decir que, en el estado actual de las cosas, existen corrientes específicas contra las cuales los jóvenes de hoy deben defenderse interiormente. Ya hemos hablado de un estilo de rectitud y de una actitud interna. Tal estilo implica un justo saber, y en especial los jóvenes deben darse cuenta de la intoxicación operada en toda una generación por parte de las variedades convergentes de una visión de la existencia distorsionada y falsa, variedades que han incidido en las fuerzas internas precisamente en el punto donde su integridad sería más necesaria. De una forma u otra, estas toxinas continúan hoy actuando en la cultura, en la ciencia, en la sociología, en la literatura, como otros tantos focos de infección que deben ser denunciados y neutralizados. Aparte del materialismo histórico y el economicismo, sobre los cuáles ya se ha hablado, también son principales núcleos de infección el darwinismo, el psicoanálisis, el existencialismo, el neo-rrealismo.
Contra el darwinismo se debe reivindicar la dignidad fundamental de la persona humana, reconociendo su verdadero lugar, que no es el de una particular y más o menos evolucionada especie animal entre tantas otras que se habría diferenciado por “selección natural” y que permanecería ligada a orígenes bestiales y primitivos, sino a un estatuto tal que virtualmente la eleve por encima del plano biológico. Aunque hoy no se hable demasiado del darwinismo, su substancia perdura. El mito biológico darwinista, en una u otra de sus variantes, mantiene su valor preciso de dogma, defendido por los anatemas de la “ciencia” en el seno del materialismo de la civilización marxista y de la americana. El hombre moderno se ha acostumbrado a esta concepción degradada y se reconoce en ella tranquilamente, la encuentra natural.
Contra el psicoanálisis, debe prevalecer el ideal de un Yo que no abdica, que quiere permanecer consciente, autónomo y soberano frente a la parte nocturna y subterránea de su alma y frente al demonio de la sexualidad; que no se siente ni “reprimido” ni psicológicamente escindido, sino que realiza un equilibrio de todas sus facultades humanas, ordenadas hacia la realización de un significado superior de la vida y de la acción. Puede ser señalada una convergencia evidente: el descrédito arrojado sobre el principio consciente de la persona, el relieve dado por el psicoanálisis y otras escuelas análogas al subconsciente, a lo irracional, al “inconsciente colectivo”, etc., corresponden, en el individuo, exactamente a lo que representan, en el mundo social e histórico moderno, el movimiento surgido desde abajo, la subversión, la sustitución revolucionaria de lo superior por lo inferior y el desprecio por todo principio de autoridad. Sobre dos planos diferentes actúa la misma tendencia, y los efectos no pueden sino integrarse recíprocamente.
En cuanto al existencialismo, incluso aunque veamos en él propiamente una filosofía -una confusa filosofía- hasta hace poco reducida a pequeños grupos de especialistas, es necesario reconocer en él el estado del alma de una crisis erigida en sistema y adulada, la verdad de un tipo humano roto y contradictorio, que sufre como angustia, tragedia y absurdo una libertad por la cual no se siente elevado, sino más bien condenado, sin salida y sin responsabilidad, en el seno de un mundo privado de valor y de sentido. Y todo esto cuando ya un Nietzsche había indicado un camino para conquistar un sentido de la existencia, incluso frente al más exasperado nihilismo; un camino para quien, más allá de estas complicaciones y laceramientos, sabe darse a sí mismo una ley y un valor absoluto (14).
Finalmente, se deben tomar posiciones contra el así Ilamado neorrealismo, en el cual se identifica la existencia en general con sus aspectos más bajos e irracionales, complaciéndose en una especie de autosadismo. Y en esto hay quien ve una especial “liberación”, afín verdaderamente a la “liberación” política que se resuelve no en una elevación sino en una postración y degradación general. Contra esto se debe tener presente que la verdadera realidad de la existencia no reside sino allí donde ésta se subordina a algo que va más allá, y que deja tras de sí, en virtud de la voluntad de un “más”, aquello que está vinculado al elemento puramente humano (15).
Tales deben ser las direcciones a seguir, que no deben ser intelectualizadas, sino vividas, integradas en su significado inmediato a la vida interior y a la propia conducta. No es posible rebelarse mientras se permanezca, de un modo u otro, bajo la influencia de estas formas de pensar falsas y desviadas. Pero, una vez desintoxicados, se puede adquirir la claridad, la rectitud, la fuerza.

10.- En la zona que está entre la cultura y la costumbre existe una actitud que debe ser precisada. Lanzada por el comunismo, la consigna de la antiburguesía ha sido recogida en el campo de la cultura por ciertos ambientes intelectuales de “vanguardia”. En esto hay un equívoco. Dado que la burguesía ocupa una posición intermedia, existe una doble posibilidad de superar a la burguesía, de decir “no” al tipo burgués, a la civilización burguesa, al espíritu y a los valores burgueses. Una de estas posibilidades corresponde a la dirección que conduce todavía más bajo, hacia una subhumanidad colectivizada y materializada, con su “realismo” marxista: valores sociales y proletarios contra la “decadencia burguesa” e “imperialista”. La otra posibilidad es la dirección de quien combate a la burguesía para elevarse efectivamente por encima de ella. Los hombres del nuevo frente serán, ciertamente, antiburgueses, pero en razón de su concepción superior, heroica y aristocrática de la existencia; serán antiburgueses porque despreciarán la vida cómoda; antiburgueses porque seguirán no a quienes prometen ventajas materiales, sino a quienes lo exigen todo de si mismos; antiburgueses, en fin, porque no tendrán la preocupación de la seguridad, sino que amarán la unión esencial entre la vida y el riesgo, en todos los niveles, haciendo suya la inexorabilidad de la idea desnuda y de la acción precisa. Otro aspecto aun por el cual el hombre nuevo, substancia celular del movimiento que despierta, será antiburgués y se diferenciará de la generación precedente será su rechazo hacia toda forma de retórica y de falso idealismo, su desprecio hacia todas las grandes palabras que se escriben con mayúscula, hacia todo aquello que es sólo gesto, golpe de efecto, escenografía. Renuncia y autenticidad por el contrario, nuevo realismo en la exacta apreciación de los problemas que se impondrán, de modo que lo importante no será la apariencia, sino el ser, no la palabrería, sino la realización, silenciosa y precisa, en sintonía con las fuerzas afines y en adhesión al mandato proveniente de lo alto.
Quien contra las fuerzas de izquierda no sabe reaccionar sino en nombre de los ídolos, del estilo de vida y de la mediocre modalidad conformista del mundo burgués, ya ha perdido, por anticipado, la batalla. No es este el caso del hombre erguido, que ya pasado por el fuego purificador de las destrucciones externas e internas. Políticamente, este hombre no es el instrumento de una pseudo-reacción burguesa. Se remite, por regla general, a las fuerzas e ideales anteriores y superiores al mundo burgués y a la era económica, y es apoyándose en ellos que traza las líneas de defensa y consolida las posiciones desde donde partirá, súbitamente, en el momento oportuno, la acción de la reconstrucción.
También a este respecto queremos retomar una consigna no realizada: porque se sabe que en el período fascista hubo una tendencia antiburguesa que habría querido afirmarse en un sentido similar. Desgraciadamente, tampoco aquí la substancia humana estuvo a la altura de las circunstancias. E incluso se supo hacer una retórica de la anti-retórica.

11.- Consideremos brevemente, por último, el tema de las relaciones entre las fuerzas íntegras, que no han abdicado, y la religión dominante. Para nosotros, el Estado laico, en cualquiera de sus formas, pertenece al pasado. En particular, nos oponemos a uno de sus disfraces, el que en ciertos ambientes se presenta como el “Estado ético”, producto de una débil, espurea, vacía y confusa filosofía “idealista”, aliada antaño al fascismo, pero que, por su naturaleza, es tal que puede dar un apoyo comparable, en el marco de un simple juego “dialéctico”, al antifascismo de un Croce. Esta filosofía no es más que un producto de la burguesía laicista y humanista, sumada a la inflada presunción del “libre-pensamiento” de un “profesor de liceo” en trance de celebrar la infinidad del “Espíritu absoluto” y del “Acto Puro”: nada hay de real, de claro, de duro, en esta filosofía (16).
Pero si bien nos oponemos a tales ideologías y al Estado laico, tampoco aceptamos un Estado clerical o clericalista. El factor religioso es necesario como fundamento para una verdadera concepción heroica de la vida, la cual debe ser esencial para nuestra lucha. Es necesario sentir en nosotros mismos la evidencia de que más allá de esta vida terrestre existe una vida más alta, ya que solamente quien siente de este modo posee una fuerza inquebrantable e indoblegable, y sólo él será capaz de un impulso absoluto -mientras que, cuando esto falta, el desafío a la muerte y el desprecio de la propia vida es posible sólo en momentos esporádicos de exaltación o en el desencadenamiento de las fuerzas irracionales; no hay disciplina que se pueda justificar, en el individuo, sin un significado superior y autónomo. Pero esta espiritualidad, que debe estar viva entre los nuestros, no tiene necesidad de formulaciones dogmáticas obligadas, de una confesión religiosa determinada; el estilo de vida que debe desarrollarse no es, en modo alguno, el del moralismo católico, el cual no va más allá de una domesticación “virtuísta” (17) del animal humano; políticamente hablando, esta espiritualidad no puede sino sentir desconfianza hacia todo lo que puede deducirse de ciertos aspectos de la concepción cristiana -humanitarismo, jusnaturalisrno, igualdad, ideal del amor y del perdón, en lugar del ideal del honor y de la justicia-. Ciertamente, si el catolicismo fuera capaz de apartarse del plano contingente y político, si fuese capaz de hacer suya una elevación ascética, y, si fuera capaz, justamente sobre esta base, como en una continuación del espíritu del mejor Medievo de los cruzados, de hacer que la fe fuese el alma de un bloque armado de fuerzas, de una nueva Orden templaria compacta e inexorable contra las corrientes del caos, del abandono, de la subversión y del materialismo práctico del mundo moderno -ciertamente, en este caso, e incluso en el caso en que, como condición mínima, el catolicismo permaneciera fiel a la posición del Syllabus, no habría ni un instante de duda en cuanto a la opción a seguir. Pero tal como están las cosas, dado el nivel mediocre y, en el fondo, burgués y mezquino al cual prácticamente ha descendido en la actualidad todo lo que es religión confesional, dada la sumisión modernista y la cada vez mayor apertura a la izquierda de la Iglesia post-conciliar del “aggiornamento”, para nuestros hombres bastará la pura referencia al espíritu, y valdrá precisamente como la evidencia de una realidad trascendente, que debe ser invocada no por evasión mística o como coartada humanitaria, sino para infundir nueva fuerza a nuestra fuerza, para presentir que nuestro combate no es puramente político, para atraer una invisible consagración sobre un nuevo mundo de hombres y de jefes de hombres.
Éstas son algunas orientaciones esenciales para la lucha en la que se va a combatir, escritas sobre todo con especial atención para la juventud, a fin de que ésta recoja la antorcha y la consigna de quienes aun no han renunciado, aprendiendo de los errores del pasado, sabiendo discriminar y prever todo lo que se ha experimentado y que aun hoy se experimenta en cuanto a situaciones contingentes. Lo esencial es no descender al nivel de los adversarios, no limitarse a seguir simples consignas, no insistir en demasía sobre lo que depende del pasado y que, aun siendo digno de ser recordado, no tiene el valor actual e impersonal de una idea-fuerza; en fin, no ceder a las sugestiones del falso realismo politiquero, problema éste de todos los “partidos”. Ciertamente, es necesario que nuestras fuerzas tomen parte también en la lucha política y polémica del cuerpo a cuerpo, para crearse todo el espacio posible en la situación actual (18). Pero más allá de esto, es importante y esencial que se constituya una elite, que, con aguerrida intensidad, definirá, con un rigor intelectual y una intransigencia absolutos, la idea en función de la cual es preciso unirse, y afirmará esta idea sobre todo en la forma del hombre nuevo, del hombre de la resistencia, del hombre erguido en las ruinas. Si nos es dado superar este período de crisis y de orden vacilante e ilusorio, sólo a este tipo de hombre corresponderá el futuro. Pero incluso aunque si el destino que el mundo moderno se ha creado, y que ahora lo arrolla todo, no pudiera ser contenido, gracias a tales premisas las posiciones interiores permanecerán intactas: en cualquier circunstancia, lo que deberá ser hecho será hecho, y perteneceremos así a esa patria a la que ningún enemigo podrá nunca ocupar ni destruir.




Note
1) La presente traducción corresponde a la edición publicada en 1950 de Orientamenti. No obstante, hemos indicado a pie de nota las variaciones que Evola introdujo en la edición de 1971.
2) El autor se refiere a la traición de Badoglio, jefe del Estado Mayor, que firmó el armisticio con los aliados en el norte de Siracusa, en Sicilia, el 3 de septiembre de 1943.
3) El punto 2 de la ed. de 1971 comienza así: Una tal cuestión supera de hecho las fronteras de ayer, pues está claro que vencedores y vencidos están desde entonces en el mismo plano y que el único resultado de la Segunda Guerra Mundial ha consistido en rebajar a Europa al rango de objeto de las potencias y de los intereses extra-europeos. Es necesario, por otra parte, reconocer que la devastación que nos rodea es de carácter esencialmente moral. Nos encontramos en una atmósfera de anestesia moral generalizada, de profundo desarraigo, a pesar de todas las palabras de orden en uso en una sociedad democrática de consumo: el debilitamiento del carácter y de toda verdadera dignidad, el marasmo ideológico, el predominio de los intereses más bajos, la vida del día a día, he aquí lo que caracteriza, en general, al hombre de post-guerra. Reconocer esto, etc.
4) En la ed. de 1971 se incluye aquí el siguiente párrafo: Por otra parte, en todo esto se perfila la realización de aquellos para quienes el fin aparece como un medio y el reconocimiento del carácter ilusorio de los múltiples mitos deja intacto lo que supieron conquistar por sí mismos, en las fronteras de la vida y la muerte, más allá del mundo de la contingencia.
5) En la ed. de 1971 este párrafo comienza así: Estas formas del espíritu pueden ser los fundamentos de una nueva unidad. Lo esencial es asumirlas, aplicarlas y extenderlas desde el tiempo de guerra al tiempo de paz, etc.
6) La ed. de 1971 dice: Esta consigna, que fue la de las fuerzas que soñaron con dar a Europa un orden nuevo, pero que a menudo fue en su realización falseada y obstaculizada por múltiples factores, debe ser hoy día retomada. Y hoy, en el fondo…, etc”.
7) La ed. del 71 dice: El único verdadero objetivo es la reconstrucción orgánica de la empresa, y para realizar este objetivo no es necesario recurrir a fórmulas destinadas a estimular, en el marco de sucias maniobras electorales y propagandísticas, el espíritu de sedición de las masas disfrazado de “justicia social. En general, etc.
8) En la ed. de 1971 se añadió el párrafo siguiente: El sindicalismo, con su “lucha” y con sus auténticos chantajes, de los que no se nos ofrecen hoy sino demasiados ejemplos, debe ser proscrito.
9) En la ed. de 1971 se suprimió esta última frase.
10) En la ed. de 1971, la frase es ligeramente diferente: Es en este espíritu que deben ser estudiadas las estructuras de un nuevo orden político y social, de sólidas y claras articulaciones.
11) En la ed. de 1971 se incluye la siguiente frase: Por regla general, una nación antaño monárquica que se convierte en una república no puede ser considerada sino como una nación caída.
12) En la ed. de 1971 la frase es ligeramente diferente: “Abstracción hecha de que la idea de patria sea invocada entre nosotros, de manera retórica e hipócrita, por las facciones más opuestas, e incluso por los representantes de la subversión roja, concretamente hablando esta concepción no está a la altura de la época, pues, por un lado, se asiste a la formación de grandes bloques supranacionales, mientras que, por otro, aparece cada vez más necesario encontrar un punto de referencia europeo, capaz de unir fuerzas, más allá del inevitable particularismo inherente a la concepción naturalista de la nación y, aun más, del “nacionalismo”.
13) En francés en el original.
14) La ed. del 71 cambia ligeramente: Todo ello, mientras que ya el mejor Nietzsche había indicado una vía para dar un sentido a la existencia, para darse una ley y un valor intangible frente a un nihilismo radical, al encuentro de un existencialismo positivo y, según su expresión, de “naturaleza noble”.
15) Este párrafo sobre el neorrealismo fue suprimido en la ed. de 1971.
16) La última frase fue eliminada en la ed. del 71.
17) La expresión está tomada de Vilfredo Pareto (1848-1923), autor de un libro titulado “El mito virtuísta y la literatura inmoral” (1911).
18) En la ed. del 71 se añade: …y para contener el avance, de otro modo no neutralizado, de las fuerzas de izquierda.

I: LA TRADICION

I: LA TRADICION

 

I

LA TRADICION

 

En toda su obra, Julius Evola siempre ha evidenciado el concepto según el cual la Tradición es única en su esencia, aun admitiendo varias formas de expresión y realización que actúan en el curso de la historia: la Tradición, de hecho, no se identifica con algún contenido, sino que se reencarna siempre en nuevas formas históricas, para las que la fidelidad en la Tradición se debe identificar sobre todo con la fidelidad a los "principios". Una tradición es válida, pues, no por lo que puede tener de limitado y particular, sino por lo que en ella se refiere a un contenido metafísico (o "esotérico"), reconocible también, en formas diversas, en otrastradiciones.

Es propio del pensamiento de Evola la constante referencia a una tradición que, en el sentido ahora recordado, se funda sobre símbolos de la acción más que sobre los de puro conocimiento o contemplación y que, siendo por ella la más congenial a la forma mentis predominante en Occidente, más eficaz y profundamente podría actuar hoy en la dirección de una restauración de los valores tradicionales. Para quien reconoce tales valores y opera para afirmarlos, puede decirse, en nuestro tiempo, "hombre de la Tradición".

Los fragmentos referidos en el presente capítulo han sido tratados en aquellas obras que de forma particular han tratado este tema: La Tradición hermética, Revuelta contra el mundo moderno, Los hombres y las ruinas, El Arco y la Clava, como también en varios escritos del Autor escritos en varios periódicos.

"Solo el retorno al espíritu tradicional podría salvar a Occidente en una nueva conciencia ecuménica europea".

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

Más allá del pluralismo de civilizaciones debe reconocerse -sobre todo si nos limitamos a tiempos hasta los cuales la mirada puede distinguir con cierta seguridad las estructuras esenciales- un dualismo de civilizaciones. Se trata de la civilización moderna de un lado y, de otro, del conjunto de todas las civilizaciones que la han precedido (para Occidente, hasta finales de la Edad Media). Aquí la fractura es completa. Más allá de la varidad múltiple en su forma, la civilización premoderna o, como puede llamarse, tradicional, represente algo efectivamente diverso. Se trata de dos mundos, de los cuales uno se ha diferenciado hasta no tener ya casi ningún punto espiritual de contacto con el precedente. Con lo que, también las vías para una efectiva comprensión de este último está vedado para la gran mayoría de los modernos.

La Tradición Hermética (1931)

Cuando oponemos al mundo moderno el mundo tradicional, esta oposición es simultáneamente ideal. El carácter de temporalidad y de "historicidad" es inherente en realidad solo a uno de los dos términos de tal oposición, mientras el otro, el referido al conjunto de las civilizaciones de tipo tradicional, es caracterizado por la sensación de que lo que está más allá del tiempo, es decir de un contacto con la realidad metafísica que confiere a la experiencia del tiempo una forma diversas, "mitológica",casi de ritmo y de espacio más que de tiempo cronológico, para utilizar la expresión de Max Schelling. Haber perdido este contraste, verse disuelto en el espejismo de un puro fluir, de un huir, de un tender que empuja cada vez más allá la propia meta,. de un proceso que no puede y no quiere detenerse en alguna posesión y que en todo y por todo se consuma en términos de "historia" -esta es una de las caracterñisticas fundamentales del mundo moderno, este es el límite que separa dos épocas,es decir, no solo y no tanto en sentido histórico, como y sobre todo en sentido ideal, orgánico y metafísico. Pero entonces, el hecho de que, respecto al momento actual, civilización de tipo tradicional se encuentren en el pasado, es meramente accidental: mundo moderno y mundo tradicional pueden ser considerados siempre como dos tipos universales, como dos categorías apriorísticas de civilización.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

¿Qué se trata de "conservar"? ¿a qué orígenes debería volverse? A parte de la experiencia fascista, a diferencia de la de otras naciones europeas la historia italiana ofrece bien poco, como realidad concreta, a menos que nos reportemos hasta la romanidad. Pero nexos no ideales y electivos, aunque concretos y tradicionales con la romanidad no existen más allá del tiempo: existe el peligro de terminar en una retórica inoperante. Así "conservar" no puede ser una realidad subsistente y amenazada, pueden ser solo ideas y principios normativos. Este es el único plano concebible para un "retorno" y para el fundamento positivo, para la legitimación y el carisma de una voluntad revolucionaria.

L'Italiano (diciembre 1963-enero 1964)

En su significado verdadero y vivo, tradición no es un supino conformismo a todo lo que ha sido, o una inerte persistencia del pasado en el presente. La Tradición es, en su esencia, algo metahistórico y, al mismo tiempo, dinámico: es una fuerza general ordenadora en función de principios poseedores del carisma de una legitimidad superior -si se quiere, puede decirse también: de principios de lo alto- fuerza que actúa a lo largo de generaciones, en continuidad de espíritu y de inspiración, a través de instituciones, leyes, ordenamientos que pueden también presentar una notable variedad y diversidad.

Los hombres y las ruinas (1954)

Hablando de tradición nos referimos a algo más amplio, austero y universal que no sea el simple catolicismo, de forma que solo integrándose en él el catolicismo puede reivindicar un carácter de verdadera tradicionalidad.Debe pues permanecer firme que ser tradicionales y ser católicos no son necesariamente lo mismo. No solo eso: aunque parezca paradójico para algunos, quien es tradicional siendo solamente católico en el sentido corriente y ortodoxo, no es tradicional más que a medias. Repitámoslo: el verdadero espíritu tradicional es una categoría bastante más amplia del simplemente católico.

Los hombres y las ruinas (1954)

Para el verdadero conservador-revolucionario se trata deu na fidelidad no a formas e instituciones de tiempos pasados sino a principios de los que la una y la otra pueden ser expresiones particulares adecuadas para un cierto período y en una cierta área. Y en tanto estas expresiones particulares pueden juzgarse en sí mismo caducasy mutables, por que conecta con situaciones históricas a menudo irrepetibles, de altratanto y correspondientes principios tienen un valor que no afecta a las mencionadas contingencias, tienen también una peremne actualidad. Como una semilla, de ella pueden siempre nacer formas nuevas, homólogas respecto a las antiguas, por lo que en su eventual sustituirse -en ocasiones "revolucionariamente"- a las primeras se mantendra una continuidad entre la mutación de los factores históricos y sociales, económicos y culturales. Para garantizar tal continuidad, aun manteniendose firmes a los principios, abandonar eventualmente todo lo que debe ser abandonado en lugar de endurecerse o lanzarse a la derrota casi por pánico y buscar confusamente ideas nuevas cuando se verifican crisis y los tiempos cambian, esta es la esencia del verdadero conservadurismo. En tal aspecto espíritu conservador y espíritu tradicional forman una sola y misma cosa.

Los hombres y las ruinas (1954)

En la búsqueda de puntos de referencia una forma histórica dada puede pues ser considerada exclusivamente como ejemplificación y como más o menos adherida a la aplicación de los principios dados, y este es un procedimiento completamente legítimo, parangonable a lo que en matemática es el tránsito de la diferencial a la integral. en tal caso no puede hablarse ni de anacronismo ni de "regresión"; en tal caso no se ha fetichizado nada, no se ha absolutizado nada que en esencia no fuera ya absoluto, por que talesson los principios. De otra forma, se haría como quien, por casualidad, quisiera acusar de anacronismo a los que defienden ciertas virtudes particulares del ánimo por el hecho de que se reclaman también a alguna figura particular del pasado en el cual aquella virtud se han manifestado precipitadamente. Como dice el mismo Hegel, "se trata de reconocer, en la apariencia de lo temporal y de lo transitorio, la sustancia, que es inmanente, es lo eterno, que es lo actual"

Los hombres y las ruinas (1954)

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El axioma de la mentalidad revolucionaria-conservadora o revolucionaria-reaccionaria es que por los valores supremos, por los principios-base de cada ordenación sana y normal, y como tales, para entenderse, podamos ya indicar los del verdadero Estado, del imperium y de la auctoritas, de la herarquía, de la justicia, de las clases funcionales y de las categorías de valores, del orden político en su preeminencia respecto al orden social y económico y así sucesivamente, no existe mutación, no existe devenir. En su dominio no existe "historia" y pensar en términos de historia es absurdo. Tales valores y principios tienen un carácter esencialmente normativo. En el orden colectivo y político revisten la misma dignidad propia, en la vida individual, a los valoresy a los principios de una moral absoluta: principios imperativos que requieren un directo, intrínseco reconocimiento (y es la capacidad de tal reconocimiento que diferencia existencialmente una categoría dada de ser de otra) y que no son perjudicados por el hecho de que en uno o en el otro caso el individuo, por debilidad, donde siendo impedido por fuerza mayor, no sepa realizarlos o separa realizarlos solo en parte, y en un punto y no en el otro de su existencia: porque hasta los que no abdican interiormente, hasta en la abyección y en la desesperación el reconocimiento no será menor. Igual naturaleza tienen las ideas que un vico llamaría "las leyes naturales de una república eterna que varía en el tiempo en varios lugares".

Los hombres y las ruinas (1954)

De hecho, en una nación no está siempre presente una suficiente continuidad tradicional viva donde el referirse a las dichas instituciones subsistentes o bastante próximas en el pasado valga directamente también como una referencia a las correspondientes ideas. Puede sin embargo suceder que, interrumpiéndose la continuidad, se imponga el procedimiento que se deba referir a otra época, pero solo para recavar ideas válidas en sí misma. De esto está en vía toda particular el caso para Italia (...). Por que, como se ha dicho, falta en Italia un verdadero pasado "tradicional", existe hoy quien, en el buscar de organizarse contra las posiciones más avanzadas de la subversión mundial, para tener una base concreta, histórica, ha hecho referencia a principios e instituciones del período fascista. Ahora, el siguiente principios fundamental debería permanecer firma: que si las ideas "fascistas" debieran ser aun defendidas, deberían serlo no en tanto que "fascistas", sino en tanto, que para un tiempo dado, han representado una forma particular de aparecer y afirmarse de ideas anteriores y superiores al fascismo, de ideas que tienenel carácter de "constantes", que pueden ya encontrarse como partes integrantes de toda una gran tradición política europea.

Los hombres y las ruinas (1954)

Gustosamente se habla de "tradición europea" y de "cultura europea". Existe quien se contenta con simples palabras. En cuando a "tradición", ya desde hace tiempo, Europa -y Occidente- ignora su sentido más alto. Se podría decir que la "tradición" en sentido integral, se distingue del simple "tradicionalismo", es una categoría perteneciente a un modo casi desaparecido, a una época en la que una única fuerza formadora se manifestaba, sea en las costumbres como en la fe, sea en el derecho como en las formas políticas y en la cultura, en suma, en cada dominio de la existencia.

Los hombres y las ruinas (1954)

Es necesario examinar hasta el fondo las propias ambiciones "revolucionarias", dándose cuentaque si se acepta referir tales ambiciones en sus límites legítimos, nos limitaría a formar parte del escuadrón de demolición. Solo quien se mantiene verdaderamente en pié puede decirse que se encuentra en un alto nivel. La consigna de un hombre así será Tradición, entendida en su aspecto dinámico...Suyo será el estilo de quien, cuando las circunstancias cambien, donde las crisis se precipiten, donde nuevos factores actúe y los precedentes diques peligren, conserve su sangre fría, su disposición para abandonar lo que debe ser abandonado, para que lo esencial no quede comprometido, sabe avanzar estudiando impasiblemente formas adaptadas a las nuevas circunstancias y con ellas sabe imponerse, tanto que una inmaterial continuidad sea restablecida o mantenida y cada actuación privada de base o a la propia aventura sean evitados. Esta es la tarea, este es el estilo de los verdaderos dominadores de la historia, bien distinto y más viril del simpemente "revolucionario".

Los hombres y las ruinas (1954)

La oposición entre la civilización moderna y civilización tradicional puede expresarse como sigue: las civilizaciones modernas están divorciadas del espacio, las civilizaciones tradicionales estuvieron divorciadas del tiempo. Las primeras -las civilizaciones modernas- son vertiginosas por su fiebre de movimiento y de conquista espacial, generadora de un arsenal inagotable de medios mecanicos aptos para reducir toda distancia, para abreviar todo intervalo, para contraer en una sensación de ubicuidad todo lo que ha aparecido en multitud de lugares... Por el contrario, las civilizaciones tradicionales fueron vertiginosas en su estabilidad, en su identidad, en su subsistir indestructible e inmutablemente en medio de las corrientes del tiempo y de la historia: fueron capaces de expresar incluso en formas sensibles y tangibles una sombra de la eternidad.

L'arco e la clava (1968)

Las formas principales de la vida tradicional, entendidas como "categorías", tienen la misma dignidad de los principios éticos: valen en sí mismas y buscan solo ser reconducidas y queridas, pretenden que el hombre se mantenga interiormente firme y haga con ellas medidas si mismo y de su propia vida, como precisamente hace, siempre y en todas partes, el hombre tradicional.

Revuelta contra el mundo moderno (III ed. 1969)

Por "civilización tradicional", se entiende una civilización orgánica, tal que en su interior toda la actividad esté orientada de forma unitaria según una idea central y, más especificamente, "de lo alto hacia lo alto". "Hacia lo alto", significa hacia algo superior a lo que es naturalista y simplemente humano. Esta orientación presupone un conjunto de principios que poseen una inmutable validez normativa y un carácter metafísico. A tal conjunto, puede darse el nombre de Tradición, por que los valores y los principios de base son esencialmente los mismos en cada tradición histórica dada, a parte de una variedad de adaptaciones y de formulaciones. Quien reconoce tales valores y los afirma, puede decirse "hombre de la Tradición".

Entrevista a Gianfranco de Turris. L'Italiano (noviembre 1970)

Para quien observa el dominio histórico, la Tradición viene referida a lo que se podría llamar una trascendencia inmanente. Se trata de la idea recurrente según la cual una fuerza de lo alto haya actuado en una o en otra área o en uno o en otro ciclo histórico, en modo que valores espirituales y supraindividuales constituyeran el eje y elsupremo punto de referencia para la organización general, la formación y la justificación de toda realidad y actividad subordinada y simplemente humana. Esta forma es una presencia que se transmite, y esta transmisión, propia del carácter supraelevado respecto a las contingencias históricas, de dicha fuerza constituía precisamente la Tradición. Normalmente la Tradición tomada en este sentido es llevada por quien está en el vértice de las correspondencias jerárquicas, o de una élite, y en sus formas más originaria y completas no existe separación entre poder temporal y autoridad espiritual, la segunda siendo también, en vías de principios, el fundamento, la legitiminación y el carisma de la primera.

Il Conciliatores (15 junio 1971)

Para el segundo aspecto de la Tradición, es necesario referirse al plano doctrinal; el punto de referencia es lo que puede llamarse la unidad trascendente presente en varias tradiciones. Puede tratarse de tradiciones de tipo religioso, pero también de otro género, sapienciales y mistéricas. Lo que ha sido llamado el "método tradicional" consiste en el descubrir una unidad o correspondencia esencial de símbolos, formas, mitos, dogmas, disciplinas, más allá de las diversas expresiones que las correspondencias de significado pueden asumir en tradiciones históricas dadas.

Il Conciliatores (15 junio 1971)

II: LA HISTORIA Y MITO

II: LA HISTORIA Y MITO

 

II

LA HISTORIA Y MITO

 

El mito es concebido por Evola como "el espejo de experiencias profundas del hombre a la luz del espíritu": en el símbolo, en el mito, en la leyenda ve la expresión de un contenido supra-racional, es decir de aquellos significados y fuerzas invisibles que constituirían el fondo último de la historia. La de Evola es, ante todo, una concepción antiprogresista y antievolucionista de la historia, considerada como descenso y no, ciertamente, como "progreso" ineluctable; esta verdad siempre fue reconocida por el mundo tradicional. A partir de tal concepción deriva: el ataque al "historicismo" y consecuentemente una nueva forma de ver la historia y, finalmente, la visión de la historia italiana más allá de las deformaciones corrientes, a través de lo que llama "elección de tradiciones" en sentido positivo.

El problema del devenir histórico ha sido afrontado sobre todo en Revuelta contra el mundo moderno (1934), pero es tratado también en otras obras, con cuyos fragmentos se ha elaborado el presente capítulo: Introducción a la Magia, Imperialismo pagano, Rostro y máscara del espiritualismo contemporáneo, Los hombres y las ruinas, El Misterio del Grial y El fascismo visto desde la Derecha, así como en varios ensayos y artículos.

"No existe la Historia, entidad misteriosa escrita con letra mayúscula. Son los hombres, en tanto que verdaderos hombres, quienes hacen y deshacen la historia"

Orientaciones (1950)

Mientras el momento contemplativo en Hélade hizo que el mundo divino fuera concebido como una especie de supramundo atemporal y, por decirlo así, de espacio absoluto, Roma se esforzó en tomar aquel mundo en sus manifestaciones en el tiempo, en la historia, en el Estado, en las acciones y en la creación de los hombres, aun sin disminuir mínimamente su carácter augusto. Mucho más que el hebreo, el romano tuvo el sentido de una historia sagrada. Y la concepción romana del Estado, del derecho y del imperium se liga esencialmente a las premisas de tal concepción, activa y sacra al mismo tiempo. La casta guerrera y política en Roma revistió típicamente una dignidad sagrada.

Introducción a la Magia (1928)

El cristianismo, con el trascedentalismo de sus seudovalores gravidando a la espera del "Reino", que "no es de este mundo", rompe la síntesis armoniosa de espiritualidad y politicidad, de realeza y sacerdotalidad, que el mundo antiguo conocía. El embrutecimiento político moderno no es más que una consecuencia extrema de esta antítesis y de esta escisión creada por el cristianismo primitivo y contenida en su esencia misma. Tomada en si misma, en su sutil boschevismo y en su profundo desprecio por todo lo mundano, la predicación de Jesús podía conducir a hacer imposible no solo el Estado, sino también la sociedad. Pero al venir a menos aquello que constituía el núcleo animador de tal enseñanza -el advenimiento del "Reino"- el espíritu y la intransigencia de la primitiva predicación fueron traicionados, y como un ir a peor y una "normalización" volvió a fijar un puesto en este mundo a aquello que "no es de este mundo", surgió, como un compromiso hídrido entre cristiandad y paganidad, la Iglesia Católica y el cristianismo. Fijemos sin dudas este punto: una cosa es el cristianismo y otra el catolicismo. El cristianismo en cuanto cristianismo es antiimperio, lo análogo a la revolución francesa de ayer, al bolchevismo y al comunismo de hoy. El cristianismo en cuando es diferente de la Iglesia católica no es más que una sombra de la paganidad, sombra sumamente contradictoria, por que se refleja sobre un contenido, sobre un sistema de valores o seudo-valores, que es la antítesis de la paganidad.

Imperialismo pagano (1928)

La Reforma protestante constituyó el retorno del cristianismo primitivo, contra el límite de paganización alcanzado, gracias al humanismo, por la Iglesia Católica. La intransigencia protestante puso fin al compromiso católico, y llegó hasta el final en la dirección anti-imperial. La revolución de la conciencia religiosa, determinó un profunda alteración de la idea política. Desvinculando la conciencia de Roma, inmanentizó y socializó la Iglesia y volvió en acto en una realidad política la forma de la Iglesia primitiva. En el lugar de la jerarquía de lo alto, la Reforma estableció la libre asociación de creyentes emancipados del vínculo de la autoridad, convertidos anárquicamente cada uno en árbitro de sí mismo y a un mismo tiempo igual a todos los demás. Fue, en otras palabras, el principio de la decadencia liberal-democrática europea.

Imperialismo pagano (1928)

Al igual que Rusia, América en los temas centrales de su "civilización" y de su forma de considerar las cosas y la vida, ha creado algo nuevo que no es otra cosa que una precisa contradicción de nuestra cultura y de nuestra tradición de europeos, en el seno de los cuales penetra y se impone cada vez más. América ha introducido en nuestra época la religión de la práctica, ha puesto el único interés en el beneficio, en la producción, en las realización mecánica, inmediata, visible, cuantitativa por encima de cualquier otro interés. Construye un ente titánico que tiene oro por sangre, máquinas por miembros, técnica por cerebro, ante el cual Europa -que ha sido la iniciadora de las formas modernas de la gran producción industrial- se detiene: se detiene, por que ve las extremas consecuencias que, lógicamente, proceden de aquel primer impulso, pero contemporáneamente divisa una especie de reducción al absurdo, que podrá aceptar como su destino solo al precio de comprometer irreparabemente una civilización anterior e incompatible, que constituía su personalidad más verdadera.

Nuova Antologia (1? mayo 1929)

La misma vida de Jesús -como por lo demás muchos mitos relativos a númenes o héroes del mundo pagano- es susceptible de ser interpretada como una serie de símbolos correspondientes a fases, estados y actos del desarrollo metafisico de la personalidad. Esto no quiere decir, sin embargo, que todo se reduzca aquí, que tales símbolos no puedan también haber sido hechos, es decir, que Cristo haya tenido también una realidad histórica, tal como quiere el dogma. Guénon ha resaltado justamente que una cosa no excluye la otra: puede también ocurrir que determinados acontecimientos o personas de la historia, aparezcan convergencias ocultas hagan que la realidad sea símbolo y el símbolo realidad.

Máscara y rostro del espiritualismo contemporáneo (1932)

Mientras la "Luz del Norte" se acompaña, bajo signos solares y uránicos, acompañados por un ethos viril de espiritualidad guerrera, de voluntad ordenadora y dominadora, en las tradiciones del Sur al predominio del tema telúrico y del pathos de la muerte y del resurgir se une una inclinación a la promiscuidad, un sentido de evasión, de remisión o también de amor, un naturalismo panteista e incluso sensualista, o si se quiere místico-contemplativo, en el sentido inferior de estos términos, en lo que respecta al espíritu. Así también sobre el plano exterior, la antítesis Norte y Sur se delínea en dos tipos: el Héroe y el Santo, el Rey y el Sacerdote, como correspondencias analógicas de significados generales encerrados en los símbolos: Edad de Oro y Edad de Plata, Sol y Luna, Cielo y Tierra, Macho y Hembra, Luz y Calor, inmutabilidad (tema olímpico) y transformación (tema "dionisíaco").

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

A pesar de todo, Grecia presenta en el Zeus aqueo, en Delfos, en el culto hiperbóreo de la luz, su centro verdadero, "tradicional", y en el ideal helénico de "cultura" como forma, cosmos que resuelve en ley y claridad el caos, asociado al horror por lo infinito, por el sin-límite, àpeiron, y al alma de los mitos heróico-solares, se converva hasta el final, el espíritu nórdico-ario. Pero el espíritu del Apolo délfico y del Zeus olímpico no consigue formar un cuerpo propio universal (...). Al lado del ideal viril de la verdadera cultura como forma espiritual, de los temas heróicos, de las traducciones especulativas del tema uránico de la religión olímpica, serpentea tenazmente el afroditismo y el sensualismo, el dionisismo y el esteticismo, el énfasis místico-nostálgico de los retornos órficos, el tema de la expiación, la comprensión contemplativa demétrico-pitagórica de la naturaleza, el virus de la democracia y del antitradicionalismo.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

La potencia griega es el llamado "medievo griego", su momento sacro y dórico. La "Grecia civilizada", junto a la "Grecia filosófica" que tanto admiran los modernos y de la que se sienten tan próximos, es la Grecia crepuscular. Esto fue experimentado de forma distinta por gentes que llevaban aun en estado puro el mismo espíritu viril de la época aquea: los Romanos de los orígenes. En un Catón, por ejemplo, es fácilmente perceptible el desprecio por el genio nuevo de los literatos y los "filósofos". La helenización de Roma, bajo el aspecto de desarrollo humanista y casi iluminista de estetas, poetas, literatos y eruditos, bajo muchos aspectos, preludia su decadencia.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

En Roma se encarna la idea de la virilidad espiritual heróica y dominadora, el principio "triunfal" de la tradición nórdico-aria, conectado al símbolo ario del fuego, a las figuras olímpicas del Juno capitolino y del mismo Jano, a la aristocracia sacra marcada por el rígido derecho paterno, de la religión del honor y la fidelidad, experimentada hasta el punto de hacer decir a Tito Livio que lo que definía al pueblo romano entre todos, era el tener una fides, mientras que el seguir las contingencia de la "fortuna", caracteriza al bárbaro frente al romano. En oposición al espíritu religioso-sacerdotal, resulta característico en Romano, la sensación de lo sobrenatural más como numen -es decir, como poder- que como deus, sensaciones individuales según un fuerte momento pluralista; es característica, correlativamente, la ausencia de pathos, de lirismo y de misticismo en relación a lo divino, la desnuda y exacta ley del rito necesario e inexorable, la mirada clara: aquí van a coincidir con el primitivismo del período védico, chino e irano y con el mismo ritual olímpico aqueo en el referirse inequívocamente a una actitud solar y mágica. En rudo contraste con el espíritu semita, la religión romana fue siempre una religión que desconfió de los abandonos del alma y de los impulsos de la devoción; que refrena -frecuentemente, también con al fuerza- todo lo que aleja de aquella dignidad grave que conviene a las relaciones de un civis romanus con un dios.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

Si bien no debe ignorarse la complejidad y la heterogeneidad de los elementos presentes en el cristianismo y aun más en el catolicismo, no es posible desconocer el sentido de la fuerza dominante, la neta oposición entre ésta y lo que una análoga reducción al elemento central, constituyó el espíritu de la romanidad. Y esto, sobre todo cuando se contempla el corpus doctrinal y mitológico que, poco a poco, la nueva creencia se contruyó y en la cual aparecen elementos aparentemente esotéricos, en abstracto, podrían reflejar huellas tradicionales; pero, sin embargo, es esencialmente el pathos quien ha dominado todo, actuando formativamente en el orden concreto de la historia como "civilización cristiana".

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

El absolutismo -trasposición materialista de la idea unitaria tradicional- prepara la vía a la demagogia y a las revoluciones nacionales. Y allí donde las monarquías, en su lucha contra la aristocracia feudal y en su obra de centralización política, fueron lógicamente llevados a favorecer la reivindicación de la burguesía y de la misma plebe contra la nobleza feudal, el proceso se realizó más rápidamente (...). Puede decirse que precisamente por haber iniciado antes tal reclamación y, consecuentemente, haber dado un carácter cada vez más centralizado y nacionalista a la idea de Estado, Francia experimentó primeramente el hundimiento del régimen monárquico y el advenimiento del republicano en el sentido del advenimiento del Tercer Estado, tanto para aparacer en el conjunto de las naciones europeas como el principal foco del fermento revolucionario y de la mentalidad laica racionalista, "iluminista", mortal para la supervivencia de cualquier residuo de tradicionalidad. Por otra parte, privado de toda referencia con el pensamiento dinástico europeo, transformado en instrumento en las manos de la plebe, es notorio a todos el uso revolucionario y demagógico que, a partir de la revolución francesa, tuvo que tener el principio de la nacionalidad. Usado por reyes leicos contra el imperio, se vuelve contra ellos, convirtiéndose en instrumento del demos contra el rey.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

Desmantelándose el bloque tradicional de Europa central, las fuerzas que abrieron los últimos diques y destruyeron los últimos apoyos propios a la misma sociedad capitalista-burguesa se centralizan en dos focos precisos los cuales, desde Oriente y Occidente, hacen pensar en dos ramas de una tenaza en trance de cerrarse lentamente en torno al núcleo, ahora disperso en su energía y en sus hombres, de la antigua Europa. En Oriente es la Rusia bolchevique; en Occidente es América. Ambos fenómenos, las dos nuevas "civilizaciones", corresponden y convergen. En ellas se anuncia con exactitud el tiempo que la leyenda había descrito con rasgos apocalíticos, en que las gentes "demoníacas" de Gog y Magog, destruida la muralla de hierro con que simbólicamente un tipo imperial les había cerrado el paso, irrumpen para adueñarse de las potencias de la tierra -o del reino de la "Bestia sin Nombre"- sin nombre, en tanto está compuesta por una multitud innumerable.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

Al encontrarnos en el mundo del devenir, al que le es como propio, el cambio -convertido en cada vez más caótico y rápido en los tiempos modernos- de acontecimientos, situaciones y fuerzas, el historicismo, como reflejaba justamente Tilgher, por un lado se reduce a ser una "filosofía pasiva del hecho consumado", la teoría de que a todo lo que ha conseguido imponerse, y solo por este mero hecho, debe serle reconocida una "racionalidad" propia. Pero por otro lado, este puede promover también por igual instancias "revolucionarias", cuando no se quiera reconocer como "racional", lo real; en tal caso, en nombre de la "razón" y de la "Historia" interpretada para uso propio se condena aquello que es. Una tercera solución también posible , como una mezcla de las dos precedentes, es lo que podría llamarse "antihistoria", es decir, todo lo que busca afirmarse, que tiende a realizar o restaurar un orden diverso del vigente, sin conseguirlo; a no ser que en caso de triunfar e imponerse, entonces sólo habría alcanzado a convertirse en "real". Así pues, según los casos, el historicismo puede estar igualmente bien al servicio de un conservadurismo en sentido deteriorado, o de utopías revolucionarias -y más a menudo- de aquellos que saben adaptarse a las situaciones, cambiando de bandera según soplan los vientos.

Los hombres y las ruinas (1953)

Debe reconocerse que la historiografía de Izquierda ha sabido llevar la mirada sobre dimensiones esenciales de la historia; más allá de los conflictos políticos episódicos, más allá de la historia y de las naciones, ha sabido vislumbrar el proceso general y esencial en los últimos siglos, en el sentido de un traspaso de un tipo de civilización y de sociedad a otro. Que la base de la interpretación haya sido, a tal respecto, economicista y clasista, no afecta en nada a la amplitud del marco de conjunto de la historiografía. La cual, como realidad esencial más allá de la contingente y particular, nos indica, el curso de la historia, el fin de la civilización feudal y aristocrática, el advenimiento de la burguesía liberal, capitalita e industrial y, tras esta, el anunciarse de la civilización socialista, marxista y, finalmente, comunista. Aquí la revolución del Tercer Estado y la del Cuarto son reconocidas en su natural concatenación causal y táctica (...) Medida con la historiografía de izquierda, la de otras tendencias aparece claramente como superficial, episódica, bidimensional, e incluso frívola. Una historiografía verdaderamente de Derecha debería abrazar los mismos horizontes de la historiografía marxista, con la voluntad de entender el proceso real y esencial de los procesos históricos en los últimos siglos fuera de los mitos, de las superestructuras y también de la crónica plana. Esto, naturamente, interviniendo los signos y las prospectivas, viendo en los procesos esenciales y convergentes de la historia última no las fases de un progreso político y social, sino de una subversión general. Como es lógico, también la promesa económico-materialista resultaría eliminada, reconociendo como meras ficciones el homo oeconomicus y el presunto determinismo fatal de los diversos sistemas de producción. Causas mucho más amplias, profundas y complejas de las que conoce el escuálido primitivismo del materialismo histórico marxista han estado y están en acción en la historia.

Il Conciliatore (1959)

Las figuras del mito y de la leyenda -se piensa- son solo sublimaciones abstractas de figuras históricas, que han terminado tomando el puesto de estas últimas y valiendo en sí y para sí, mitológica y fantásticamente. Lo cierto es precisamente la interpretación inversa: existe un orden superior y metafisico que alumbra de diversa forma el mito y el símbolo. Puede suceder que en la historia determinadas estructuras y personalidades encarnen, en cierta medida, tales realidades. Historia y suprahistoria entonces se interfieren y terminan integrándose en los acontecimientos y en algunos personajes a cuya estructura la fantasía puede transferir instintivamente los rasgos del mito, precisamente en base al hecho que, en cierta forma, la realidad se convierte en símbolo y el símbolo se hace realidad.

El Misterio del Grial (II ed. 1962).

El catolicismo está tomando, en efecto, una orientación tal que aquellos que defienten valores verdaderamente tradicionales, y por lo mismo de Derecha, deben preguntarse hasta qué punto, sin embargo, una nueva elección de las vocaciones y de las tradiciones conduce potencialmente a la Iglesia sobre la misma dirección de las fuerzas y de las ideologías subversivas preponderantes en el mundo moderno (...). En la historia del cristianismo figuran formas de una "espiritualidad" que -no puede desconocerse- podrían también ir al encuentro de las actuales teorías "sociales" subversivas. Desde el punto de vista sociológico el cristianismo de los orígenes fue efectivamente un socialismo avant la lette; respecto al mundo y a la civilización clásica representó un fermento revolucionario igualitario, se apoyó sobre el estado de ánimo y sobre la necesidad de las masas de la plebe, de los desheredados y de los sin-tradición del Imperio; su "buena nueva" era la inversión de todos los valores establecidos. Este sustrato del cristianismo de los orígenes ha estado en distintas medidas contenido y rectificado con el tomar forma del catolicismo, gracias, en gran parte, a una influencia "romana". La superación se manifestó también en la estructura jerárquica de la Iglesia; históricamente tuvo su apogeo en el Medievo, pero la orientación no disminuye ni siquiera en el período de la Contrareforma y, finalmente, en lo que fue llamado la "alianza del trono con el altar", con el carisma dado por el catolicismo a la autoridad legítima de lo alto, según la doctrina rigurosa de un Joseph de Maistre y de un Donoso Cortés, y con la condena explícita, por parte de la Iglesia, del liberalismo, de la democracia y socialismo y finalmente, en nuestro siglo, por el modernismo. Toda esta superestructura válida del catolicismo parece desintegrarse para dejar volver a emerger precisamente el sustrato promiscuo, antijerárquico, "social" y antiaristocrático del cristianismo primitivo. El retorno a tal sustrato es, por lo demás, lo más adecuado para "ponerse al paso con los tiempos", para ponerse al día con el "progreso" y con la "civilización moderna", mientras la línea a seguir, por parte de una organización verdaderamente tradicional, hoy debería ser absolutamente opuesta, osea la de una triplicada, inflexible intransigencia, de una puesta en primer plano de los verdaderos, puros valores espirituales contra todo el mundo "en progreso".

L’Italiano (junio-julio 1963)

El mérito del fascismo ha sido sobre todo haber realzado en Italia la idea de Estado, haber creado las bases para un gobierno enérgico, afirmando el puro principio de la autoridad y de la soberanía política (...) Cuando tomó esta concepción de base el fascismo afirmó el trinomio "autoridad, orden y justicia", es innegable que recuperaba la tradicción que formó a todo gran Estado europeo. Se sabe que el fascismo intentó evocar la idea romana como suprema y específica integración del "mito" del nuevo organismo político, "fuerte y orgánico"; la tradicón romana, para Mussolini, no debía ser mera retórica y oropel, sino "una idea de fuerza" además de un ideal para la formación del nuevo tipo de aquel hombre que habría debido tener en las manos el poder. "Roma es nuestro punto de partida y de referencia. Es nuestro símbolo, es nuestro mito" (1922). Esto supuso una precisa elección de vocaciones, pero también una gran audacia: era como un volver a lanzar un puente sobre un vacío de siglos, para recuperar el contacto con el único fragmento verdaderamente válido de toda la historia desarrollada sobre suelo itlaiano.

El fascismo visto desde la derecha (1964)

Alguien ha querido ver una especie de Némesis histórica, una relación secreta de acciones y reacciones concordantes en el hecho de que Italia, vencida en una guerra que no debía de haber hecho (1915-1918), perdió la que debía hacer (1940-1945). Tal punto de vista puede ser justo. Ya que es claro que con la Italia de la derrota, o Italia "liberada" como algunos dicen, se ha producido una recaida de lleno en la dirección más problemática de su historia, en la que hay poco de lo que sentirse orgulloso. Y es así que se ha podido hablar de un "paréntesis fascista", en la medida en que la "constante" de la tradición italiana ha podido interpretarse casi siempre en términos de antitradición y casi como si en el fascismo no se tuviesen que considerar también ideas que no nacieron con él, que preexistían a éste en una o en otra nación europea y que, aparte de la designación contingente de "fascismo" y de aquello que se le agregó en el presupuesto de un clima apto y de una adecuada actitud interior continuarán manifestándose todavía en al historia.

Los hombres y las ruinas (II? ed. 1967)

El mito del "Eje" germano-italiano habría podido tener un significado particular no solo desde el punto de vista político sino tambíen del moral y espiritual, a los fines de integración recíproca de los dos polos y culturas. Esta es una de las razones por las que el "Eje" fue saboteado y convertido en "impopular", al existir en el interior del fascismo el contraste entre el confuso nacionalismo petriotero, ligado a los residuos de las ideologías del Risorgimento, y la aspiración hacia un Estado fuerte y "romano". Ahora, Italia ha vuelto a ser ella misma, es decir, a ser la Italia de la mandolina, los museos, del Sole mio y de la industria turística, ha sido "liberada": liberada de la dura tarea de darse una forma inspirada en su más alta tradición, no decirse "latina" sino romana.

Los hombres y las ruinas (II? ed. 1967)

Las causas más profundas de la historia -y aquí pueden ser consideradas las que actúan en sentido negativo, o las que pueden eventualmente actual en sentido positivo y equilibrador- operan preferentemente a través de lo que, con una imagen extraida de las ciencias naturales, podemos llamar "imponderables". Determinan mutaciones casi insensibles -ideológicas, sociales, políticas, etc.- destinadas a propiciar efectos notables: al igual que las primeras grietas de una falda nevada, terminen en una avalancha. No actúan casi nunca oponiendo una resistencia directa, sino mediante una dirección adecuada que conduce a las fuerzas hacia el fin prefijado, que termina haciéndo el juego aun cuando se las resiste. Hombres y grupos, que creen perseguir solo algo querido por ellos, sirven como medios gracias a los cuales se realiza algo muy distinto, evidenciando una influencia y un "sentido" supraordenado. Esto no se escapó a Wundt, cuando habló de la "heterogeneidad de fines", y al mismo Hegel, cuando introdujo el concepto de la List der Vernunft en su filosofía de la historia; pero ni uno ni otro supieron hacer valer en marcos adecuados sus intuiciones.

Los hombres y las ruinas (II? ed.: 1967)

La exaltación polémica de la civilización del Renacimiento contra la medieval, es una consigna convenida en la historiografía moderna. (...) Debería verse en esto la expresión de una incomprensión típica. Si, tras el fin del mundo antiguo, existe una civilización que merezca el nombre de Renacimiento, esta fue precisamente la Medieval. En su objetividad, en su virilidad, en su estructura jerárquica, en su soberbia antihumanista elementareidad, así mismo compenetrada por lo sagrado, el Medievo fue como un retorno a los orígenes. Con rasgos clásicos, en absoluto románticos, apareció el verdadero Medievo. En un sentido muy diverso debe ser entendido el carácter de la siguiente civilización.

Revuelta contra el mundo moderno (III ed. 1969)

Al aliarse con la Rusia soviética para abatir a las potencias del "Eje" y al reflejar un insensato radicalismo, las potencias democráticas repiten el error de quien cree poder utilizar impunemente las fuerzas de la subversión para sus propios fines, ignorando que, por una lógica fatal, cuando fuerzas exponentes de dos grados diversos de subversión se encuentran o se enfrentan, las correspondientes al grado más bajo, finalmente, tomarán la iniciativa (...) Los determinismos de una especie de justicia inmanente están en movimiento y, en cualquier caso, de una forma u otro, el proceso llegará hasta el fin.

Revuelta contra el mundo moderno (III ed. 1969)

III: CONTRA EL MUNDO MODERNO

III: CONTRA EL MUNDO MODERNO

 

III

CONTESTACION GLOBAL

CONTRA EL MUNDO MODERNO

 

Para Evola el concepto de decadencia indica una neta fractura con el mundo que llama "de la Tradición": su doctrina de la regresión no es, por otra parte, una incitación al fatalismo, vale en relación a puntos de referencia absolutos y a la escala de las grandes distancias hitóricas: por ello quien hoy opera positivamente sobre el plano concreto de la acción no puede, ni debe, dejarse impresionar.

El título mismo del capítulo sugiere inmediatamente el de la obra más importante del autor, Rivolta contro il mondo moderno (1934): esta obra bastaría por sí misma para atestiguar como, ya hace sesenta años, y precisamente en Italia, contra la decadente civilización actual, se alzó una "contestación", la cual, apoyándose sobre el sólido fundamento de lo que, en todos los tiempos, tradicionalmente puede revestir un carácter de normalidad en sentido superior, va mucho más allá y en profundidad que las que le han seguido. Crítico agudo de muchos aspectos del mundo moderno -cuya carrera hacia el desastre ha denunciado en sus libros durante casi cincuenta años- Evola invita a la reacción, a no dejarse condicionar ante la omnipotencia y el triunfo aparente de las fuerzas dominantes de la época. Evola rechaza todo reconocimiento con el mantenimiento de esta sociedad, sus estructuras, sus mitos y sus seudo-valores, una distancia interior exenta de compromisos y con el no aceptar estar ligada a ningún vínculo de naturaleza espiritual o moral.

Además de Revuelta contra el mundo moderno, los fragmentos ordenados en el capítulo presente, están extraídos de: Imperialismo pagano, Los hombres y las ruinas, Metafísica del Sexo, El "obrero" en el pensamiento de Ernst Jünger, Cabalgar el Tibre, L'Arco e la clava, como también de escritos aparecidos en periódicos diversos.

"Oponerse a cualquier consagración y "racionalización" del estado de hecho, no conceder ningún reconocimiento a fuerzas y corrientes que hayan tomado la mano, tal debe ser el principio"

Los hombres y las ruinas (II ed. 1967)

 

Europa ha creado un mundo que en todas sus partes constituye una antítesis irremediable y completa con lo que fue el mundo tradicional. No existen compromisos o conciliaciones posibles, las dos concepciones están enfrentadas una contra otra, separadas por un abismo sobre el que cualquier puente resulta ilusorio. Por otra parte, la civilización occidental, el mundo cristiano, está procediendo de forma vertiginosa hacia su lógica consecuencia, y la conclusión, sin querer ser profeta, no se hará esperar mucho. Aquellos que entrevén esta conclusión y consiguen sentir todo el absurdo y toda la tragicidad, deben buscar pues en si mismo el valor para decir no a todo.

Imperialismo pagano (1928)

Nos encontramos ante la ley misma que domina toda la cultura y la sociedad de hoy: en el plano inferior, el orgasmo industrializador, los medios que se convierten en fines, la mecanización, el sistema de los determinismos económicos y materialistas a los que la ciencia marca el ritmo -conectado con el arribismo, la carrera hacia el éxito que hombres que no viven, sino que son vividos- y, en el límite, los novísimos mitos del "progreso indefinido" sobre la base del "servicio social" y del trabajo convertido en fin en si mismo y deber universal; sobre el plano superior, el conjunto de las doctrinas fausticas, deveniristas y bergsonianas (...) No es acción, sino fiebre de acción. Y el correr vertiginoso de aquellos que han sido arrojados fuera del eje de la rueda y cuya carrera era tanto más loca en cuanto mayor es su distancia del centro. Tanto esta carrera, como la dependencia de las leyes sociales en el ámbito económico, industrial, cultural y científico son inevitabes, fatales en todo y por todo, en el orden interior de cosas que han creado, una vez que el individuo se haya vuelto ajeno y exterior a sí mismo, una vez que con el sentido de la centralidad, de la estabilidad y de la suficiencia interior haya perdido el sentido de lo que constituye verdaderamente el valor de la individualidad. La decadencia de Occidenta procede incuestionablemente de la decnadencia del inviduo como tal.

Imperialismo pagano (1928)

La infinidad de hombres sobre la tierra desierta de luz, reducidos a mera cantidad -solamente a cantidad-, convertidos en iguales en su identidad material como partes dependientes de un mecanismo abandonado a sí mismo, dejado en el vacío sin que nadie pueda hacer nada... esta es la tendenciaa que está en el fondo de la dirección económico-industrialista que triunfa en todo Occidente. Y quien siente que ésta es la muerte de la vida y el advenimiento de las leyes de la materia, el triunfo de un hecho tanto más terrible en tanto que ya no existe mas persona, sin que pueda considerarse más que un remedio: destrozar el juego del oro, superar el fetiche de la sociedad y las leyes de la interdependencia, restaurar los valores aristocráticos, los valores de la cualidad, la diferencia, el heroismo, el sentido de la realidad metafísica a la que hoy todo resulta contrario.

Imperialismo pagano (1928)

La onda oscura y bárbara, enemiga de sí y del mundo, que en la subversión frenética de toda jerarquía, en la exaltación de los débiles, de los desheredados, de los sin-nacimiento y sin-tradición agitados por la necesidad de "amar", de "creer", de abandonarse, en el rencor hacia todo lo que es fuerza, suficiencia, sabiduría, aristocracia, en el fanatismo intransigente y proselitista constituyó un veneno para la grandeza del Imperio Romano, y la causa máxima de la decadencia de Occidente. El cristianismo -recuérdese- no es lo que hoy subsiste como religión cristiana -tronco muerto carente de un impulso más profundo. Tras haber disgregado el conjunto de Roma, con la Reforma pasó a infectar la raza de los rubios bárbaros germáncos para luego penetrar también más arriba, tenaz e invisible: el cristianismo hoy está en acto en el liberalismo y en el democratismo europeo, y en todos los otros frutos de la revolución francesa, hasta el anarquismo y el bolchevismo; el cristianismo de hoy está activo en la estructura misma de la sociedad moderna-tipo -la anglosajona- y en la ciencia, el derecho, en la ilusión de poder de la técnica. En todo esto se conserva igualmente la voluntad niveladora, la voluntad del número, el odio hacia la jerarquía, la cualidad y la diferencia y el vínculo colectivo, impersonal, hecho de mutua insuficiencia, propio de las organizaciones de una raza de esclavos en revuelta.

Imperialismo pagano (1928)

El mundo tradicional fue jerárquico: en un sentido, sagrado, sobre la base de la realidad metafísica situada como principio, centro y fin de la existencia, como estado supremo del ser, como estado de verdad. Y donde la ordenación temporal secundó este esquema, a través de los grados de luz, se formó un tránsito expontáneo entre lo humano y lo no-humano, una visión simbólica de las cosas, de la naturaleza y de los acontecimientos, de la cual tomaron vida las "superadas" ciencias tradicionales, y en la cual el demonismo elemental de la naturaleza inferior en perpetuo devenir era detenido por formas de liberación y de luz. La ruptura de la relación entre ambos mundos, la concentración de toda posibilidad en uno solo de estos, el del hombre, la sustitución del supramundo con fantasmas efímeros y momentáneas exalaciones de la naturaleza mortal, tal es el sentido del mundo moderno.

La Torre (1? marzo 1930)

La idea de la pluralidad de civilizaciones y la de la relatividad de la civilización moderna, se presenta para muchos con los rasgos de una herética e impensable extravagancia. Pero esto no basta: es necesario saber reconocer que la civilización moderna no solo podrá también desaparecer como tantas otras sin dejar rastro, sino que pertenece al tipo de las que, una vez desaparecida, igual que la vida momentánea, respecto al orden de las "cosas que son" y de cualquier otra civilización adherida a las "cosas que son", tiene un valor de mera contingencia.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

La sociedad moderna se presenta precisamente como un organismo que desde el tipo humano ha pasado al subhumano, en el cual toda actividad y toda reacción es determinada por las necesidades y las tendencias de la pura vida corporal. Sus principios dominantes corresponden exactamente a la parte animal y orgánico-vital de las jerarquías tradicionales (mercaderes y siervos): el oro y el trabajo. Tal como se han orientado las cosas, estos dos elementos van a condicionar casi sin excepción toda posibilidad de la vida para forjarse ideologías y mitos, mediante los cuales resultaría más clara la profundidad de la moderna perversión de todos los valores.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

Partiendo de estas premisas, de esta devastacion cientifista, racionalista y maquinista, la civilización moderna ha cerrado gradualmente cualquier vía para la defensa de la personalidad frente a la agresión de lo colectivo. Y así hemos visto, en el terreno político, como -arrollada la diferencia aristocrático-feudal, eliminada cualquier tradición de sangre y de casta, destruido a través de una única ley niveladora y "pública" cualquier jus singulare, todo privilegio, cualquier franquicia, el individuo laico, revolucionario, liberal e iluminista haya reclamado inmediatamente la reacción: como el grupo, la patria, la raza, el Estado sean poco a poco reducidos al valor de personas independientes que exigen del individuo, que forma parte entrega y subordinación incondicionada no solo como ser natural y "político" sino también en cuanto ser ético y espiritual; que pretendan pues que toda forma de actividad se nacionaliza o se "socializa", cesa de ser un soporte para una cultura, es decir, para una libre formación de la persona, y se convierte en parte dependiente del ente político y temporal. Al mismo tiempo se fomenta demagógicamente el odio hacia cualquier personalidad superior y dominadora; los jefes no son admitidos, más que en cuanto son meros "exponentes" al servicio de la colectividad, del pueblo, de la patria en forma de jefes de partido democráticos o de tribunos de la plebe.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

En el nacionalismo, habitualmente se consideran solamente los aspectos particulares, la oposicion entre la conciencia de un pueblo y la de otros pueblos. Este aspecto es real y al considerar el nacionalismo como fenómeno surgido de la disgregación de la anterior edad ecuménica y espiritual europea. Pero también es importante considerar el aspecto colectivista que el nacionalismo, en tanto que emancipación particularista de un principio universal, lleva en sí mismo y que resulta claro cuando se toma por punto de referencia la relación entre la personalidad y el grupo. Bajo esta óptica el nacionalismo se muestra como un espíritu de locura, una dictadura del demos, unida a la incapacidad del individuo para valorizarse, muy frecuentemente unida a factores sub y pre-personales.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

El "progreso" de la historia más allá del medievo se compendia esencialmente en un desarrollo del elemento burgués y de los intereses y actividades propias de la burguesía y nada más que de ella, ignorando a los demás elementos superiores de la jerarquía medieval: desarrollo que ha asumido los rasgos de un verdadero cáncer. El burgués ha cubierto de ridículo los ideales de la ética caballeresca precedente. El burgués, como la "gente nova" despreciada por Dante, ha estimulado la revuelta antitradicional, usurpando el derecho de las armas, fortificando los centros de una impura potencia económica, levantando estandartes propios, oponiendo -con las Comunas- una anárquica pretensión de autonomía a la autoridad imperial. Es el burgués quien poco a poco ha dado la apariencia de cosas naturales a lo que en otros tiempos -en tiempos de normalidad- hubiera sido considerado como una absurda herejía: el pensar que la economía es nuestro destino y el beneficio es el fin, el pensar que el comerciar y traficar es "actuar", el traducir cualquier cosa en términos de "rendimiento", de prosperity, de confort, de algo susceptible de especulación, de compra y venta, es la esencia de la civilización.

Régimen Fascista (3 abril 1934)

Quien ama los contrastes, también en relación con la guerra, debería considerar aquello en lo que se ha convertido la "civilización" moderna. Pasando a través del grado, aun no privado de cierta nobleza, del guerrero que combate por el honor de su príncipe, descendiendo hasta el tipo de mero "soldado" o militar, se ha unido, poco a poco, la idea, que es algo "medieval" y de bárbaros y fanáticos, luchar por la "vía de Dios" y por similares fantasías metafísicas; algo santísimo, sin embargo, es luchar por un trozo de tierra, por el "orgullo de la nación" o por el "porvenir de la patria" según el "deber" de todo buen ciudadano.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

El mundo moderno nos muestra también en algunos de sus desarrollos más singulares el retorno a los temas propios a las antiguas civilizaciones ginecocráticas meridionales. El socialismo y el comunismo en la sociedad moderna ?acaso no son más que reapariciones materializadas y mecanizadas del antiguo principio telúrico-meridional de la igualdad y de la promiscuidad de la Madre Tierra? Puramente físico y fálico es, en el mundo moderno, el ideal de la virilidad, propio de la ginecocracia afrodítica. El sentimiento plebeyo de la Patria afirmado con la revolución francesa y desarrollado por las ideologías nacionalistas como mística de la estirpe y, precisamente, de la Madre Patria, sagrada y omnipotente, es efectivamente la reminiscencia de una forma de totemismo femenino. Y los reyes y los jefes de gobierno privados de toda real autonomía, "primeros servidores de la nación", son productos de la desaparición del principio absoluto de la soberanía paterna y del retorno de aquellos que tienen en la Madre -en el gran totem materno de la "raza"- el origen de su poder. Hetairismo y amazonismo están igualmente presentes, bajo formas nuevas: es el disgregarse de la familia, es el sensualismo moderno, la continua búsqueda de la mujer y del placer; luego, es el neutralizarse y el masculinizarse de la mujer misma, la lucha por su emancipación y por la paridad de sus derechos en todos los terrenos, su bastardización deportiva. Aún hoy la amazona y la hetáira han suplantado a la madre y dominan sobre el hombre esclavo o animal de rendimiento práctico.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

Se ha coniderado una conquista lo que es una abdicación. Tras siglos de "esclavitud" la mujer ha querido ser libre, ser por sí misma. Pero el considerado "feminismo" no ha sabido concebir para la mujer una personalidad, si no a imitacion de la masculina, a pesar de que sus "reivindicaciones" enmascaren una desconfianza fundamental de la mujer nueva hacia si misma, la impotencia de esta para ser y valer como lo que es: como mujer y no como hombre.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

La plebe no habría nunca podido irrumpir en todos los terrenos de la vida social y de la civilización si existieran aristocrátas realmente capaces de enpuñar la espada y ceñirse el cetro; así mismo en una sociedad constituida por hombres verdaderamente tales, la mujer nunca habría debido y podido tomar la via de la actual degeneración feminista. Si consideramos los períodos en los que la mujer ha unido una autonomía y un primado, vemos que coinciden casi siempre con épocas de cadencia evidente de las civilizaciones más antiguas. Así la verdadera reacción contra el feminismo y contra cualquier otra desviación femenina no debería desarrollarse contra la mujer, sino es contra el hombre.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

En un texto tradicional, escrito dos mil quinientos años antes del nacimiento de Nietzsche, se lee: "Perdida la Vía (es decir la inmediata adhesión a la espiritualidad pura) queda la Virtud; perdida la Virtud queda la ética; perdida la ética queda el moralismo. El moralismo es solo la cáscara exterior de la ética y la firma del principio de la decadencia". En este fragmento son enunciadas de forma concisa y exacta las varias etapas del proceso de caida que ha conducido hasta el ídolo burgués: el moralismo. Tal ídolo no fue nunca conocido en las grandes civilizaciones tradicionales; swolo lo ha sido en un sistema de domesticación y conformismo basado sobre la convención, el compromiso, la hipocreacia y la vellaquería, y justificado solo en función de un utilitarismo socializado.

Regime fascista (3 abril 1934)

Los puntos de divergencia entre Rusia y América no tienen apenas importancia apra quienes miran la esencialidad. Al igual que Rusia, América, en los temas centrales de su "civilización" y de su forma de considerar la vida y el mundo, ha creado algo, que representa la precisa contradicción de la antigua tradición europea, en el seno de la cual todavía penetra deletéreamente (...). Los puntos de correspondencia, nos permiten ver en Rusia y América dos rostros de la misma cosa, dos movimientos que parten de los dos mayores centros de poder del mundo y que convergen, poco a poco, hacia un mismo punto. Una -realidad en vias de formarse, bajo el puño de hierro de una dictadura, através del método de una estatización y de una racionalización inexorable. La otra -realización expontánea (y por tanto más preocupante) de una generación que acepta ser y querer ser lo que es, que se siente sana, libre y fuerte y añade por sí a los mismos puntos, sin la sombra casi personificada del "hombre colectivo", que aun tiene en su red, sin la dedicación fanático-fatalista del eslavo-bolchevizado. Pero tras una como la otra "civilización", tras una y otra grandeza, quien ve reconoce igualmente el preludio del advenimiento de la "Bestia sin nombre", "el mundo nuevo que viene".

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

Podrá también suceder que la capitulación ante la tenaza que se cierra de Oriente y Occidente no sea siquiera advertida, que el hundimiento no tenga siquiera la grandeza de una tragedia. Rusia y América, pensando en una misión universal, traducen la sensación de un destino real. Centralizan las fuerzas, por la vía de las cuales se podrá realizar la última fase de la involución y del descenso del poder de una a otra de las antiguas castas hasta la última y el despertar del demonismo de lo colectivo. Y si tal destino deberá realizarse, y la tenaza, de Oriente y Occidente, cerrarse, toda esta espléndida civilización de titanes, de metrópolis de acero y cemento, de masas tentaculares, de álgebras y máquinas encadenadas las fuerzas de la materia, de dominadores de cielos y de océanos, aparecerá como un mundo que se tambalea en su órbita y tiende a desprenderse y alejarse definitivamente en los espacios, donde no existe ninguna luz, fuera de aquella siniestra encendida por la aceleracion de su misma caída.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

Así puede pensarse en la necesidad de que los destinos se cumplan. Ya lo hemos dicho: habiendo calcado el penúltimo grado, estando en el umbral del advenimiento universal de la verdad y del poder de la última de las antiguas castas, no debe realizarse aun más que aquello que queda por tocar el fondo de aquella "edad oscura" -kay yuga- o "edad del hierro", preconizada por las enseñanzas tradicionales, los rasgos generales de la cual corresponden extrañamente al rostro de la época contemporánea. Como los hombres, así también las civilizaciones tienen su ciclo, un principio, un desarrollo y un fin, y contra más ancladas están en lo contingente, más fatal es esta ley (...) Solo la estupidez de los modernos ha hecho creer por un momento que su civilización, radicada más que cualquier otra en lo temporal y en lo contingente, pueda tener un destino diferente y privilegiado.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

No es una paradoja afirmar que el idealismo, es decir la abusiva retórica de los "ideales sagrados", de las "ideas sublimes", de las "fes", es algo completamente burgués; algo vano que enmascara la ausencia de una silenciosa y verdadera fuerza creativa. Nosotros diremos pues que no es la ausencia, sino la presencia de los "ideales" y de las "fes", tomada en tal sentido, lo que caracteriza una época burguesa. "Ideales" y "fes" estuvieron verdaderamente ausentes allí donde fueron sentidos como demasiado poco, allí donde el hombre es central respecto a sí mismo, allí donde rige la fuerza pura, la potencia y la verdadera cracion. Civilización ascética, civilización guerrera, civilización creadora, tienen muy poco lugar para "ideales" y "fes", como por el "moralismo" y el "sentimentalismo".

Regime Fascista (3 abril 1934)

Si ha existido alguna civilización de esclavos, esta es precisamente la civilización moderna. Ninguna civilización tradicional vió jamás masas tan grandes condenadas a un trabajo vacío, desalmado, automático: esclavitud, que no tiene siquiera como contrapartida la estatura y la realidad tangible de la figura de los señores y de los dominadores, sino que viene impuesta anodinamente a través de la tiranía del factor económica y de las estructuras de una sociedad más o menos colectivizada. Y ya que la visión moderna de la vida, en su materialismo, ha restado al individuo toda posibilidad de conferir al propio destino algo de transfigurante, de verse un signo y un símbolo, así la esclavitud de hoy es la más dura y desesperada de las que se han conocido.

Revuelta contra el mundo moderno (II ed. 1951)

El problema fundamental de nuesros días, respecto al cual cualquier otro es considerado como subordinado y accesorio, es el de la contrarevolución. Se trata de ver si existen aun hombres que sean capaces de decir no a todas las ideologías y seudoprincipios, los movimientos, los partidos y las instituciones que derivan de la revolución francesa, es decir de todo lo que va del liberalismo hasta el bolchevismo. Se trata, en segundo lugar, de agrupar a tales hombres, de darles una orientación, la sólida base de una visión general de la vida y de una rigurosa doctrina política.

Los hombres y las ruinas (1935)

Todos los aspectos exteriores de poder y progreso técnico-industrial de la civilización contemporánea no cambian nada el carácter involutivo de la misma. Digamos más, no dependen de esto, por que todo este aparente "progreso" ha sido realizado casi exclusivamente en función del interés económico, hegemónico en relación a cualquier otro. Hoy puede hablarse sin mas de un demonismo de la economía, la base del cual es la idea que en la vida sea individual o colectiva, el factor económico es el único importante, real, decisivo, que la concentración de todo valor e interés sobre el plano económico y productivo no es una aberración sin precedentes del hombre occidental moderno, sino algo normal y natural, no una eventual sucia necesidad, sino algo que es aceptado y exaltado.

Los hombres y las ruinas (1953)

Se reconoce que el desorden actual es debido a infecciones ideológicas. No es cierto que el marxismo hays surgido y sea antitético porque existe una cuestión social real (esto ha podido verificarse como máximo en la época industrial); se trata precisamente de lo contrario: la cuestión social en amplia medida surje, en el mundo de hoy, solo por que existe un marxismo, es decir, artificialmente, por obra de agitadores, de los considerados "despertadores de la conciencia de clase", sobre los cuales un Lenin se expresó muy claramente al contestar el carácter expontáneo de los movimientos proletarios y en el asignar al partido comunista la tarea, no de sostener tales movimiento donde existan de forma natural, sino provocarlos y suscitarlos por cualquier medio.

Los hombres y las ruinas (1953)

Conviene denunciar otra fijación patógena de la era económica, otro de sus slogans fundamentales. Aludimos a la superstición moderna del trabajo, que es propia tanto de las corrientes de "derecha" como a las de "izquierda". Como el "pueblo", así también el "trabajo" se ha convertido en una de aquellas entidades sagradas e intangibles, sobre las cuales el hombre moderno no sabe decir nada mas que loas y alabanzas. Una de las características de la era económica según en su aspecto más opaco y plebeyo es precisamente esta especie de autosadismo, que consiste en glorificar el trabajo como valor ético y deber humano esencial, y en el concebir bajo forma de trabajo cualquier tipo de actividad. En un futura humanidad más normal, no existirá esta perversión que aparecerá entre las más singulares.

Los hombres y las ruinas (1953)

Completamente moderno, extraño a cuaquier civilización normal, es el realce dado al concepto de "Historia"; aun más extraño es la personificación de la historia en una especie de entidad mística, convertida en objeto de una supersticiosa religión, tanto que, como muchas otras abstracciones personificadas puestas de moda en una época que se dice "positiva" y "científica", que incluso suelen escribir con letras mayúsculas.

Los hombres y las ruinas (1953)

En la época de las democracias, la guerra misma se degrada, se acompaña de una exasperación y de un radicalismo que la época del presunto militarismo y de los "Estados militares" jamás conoció. Además, las guerras aparecen cada vez más desencadenadas por factores incontrolables, precisamente por que tales son las pasiones y los intereses que predominan en los Estados democráticos y nacionalistas, privados de un principio de pura soberanía,. Y la inevitable consecuencia de esto es que los conflictos adquieran un carácter cada vez más irracional, que conduzcan a lo que menos se ha previto y querido, que su trágico balance se cierre siempre en negativo, incluso en los términos de una "inútil carnicería", o también de una ulterior contribución al desorden universal.

Los hombres y las ruinas (1953)

Es evidente que hoy, por regresión, se vive en una civilización en la cual el interés predominante no es el intelectual o espiritual, no es tampoco el heróico o el referido a manifestaciones superiores de la afectividad, sino a aquello, subpersonal, determinado por el vientre y el sexo. El vientre es, hoy, el fondo de las luchas sociales y económicas más características y calamitosas. Su contrapartida es la importancia que, en nuestros días, tiene la mujer, el amor y el sexo.

Metafísica del sexo (1958)

Hoy se desarrollan procesos destructivos que se vuelven contra el mismo instrumento que el hombre ha creado para el dominio sobre la naturaleza, la técnica, a guisa del Golem. El hombre ya no puede huir de una situación de guerra material abierta y a las tempestades de hierro y de fuego que él mismo desencadena. La situación se repite: para hacer frente a esta realidad, creada cuando está apunto de volverse señor de la tierra y de realizar casi el bíblico: "Serás igual a Dios", pero separado de él, toma forma una nueva figura humana. Y aquella de quien, ante el desafío de la destrucción y de la mecanización, responde con un acto interno absoluto, hace suya una nueva ética y una nueva visión de la existencia.

L'"Operaio" nel pensiero di Ernst Jünger (1960)

Cuando hoy se habla de crisis, para la mayoría el punto efectivo de referencia es precisamente el mundo burgués: son las bases de la civilización y de la sociedad burguesa las que sufren esta crisis y son objeto inmediado de la disolución. No es el mundo que nosotros hemos llamado de la Tradición. Socialmente, política y culturalmente, está deshaciéndose el mundo que había cobrado forma a partir de la revolución del Tercer Estado y de la primera revolución industrial.

Cabalgar el Tigre (1961)

Por su tosquedad, por sus referencias explícitas al motivo de base -a la economía- en el mito comunista son más fácilmente reconocibles los elementos que indican el sentido final (...). En sus formas radicales este mito -que allí donde se ha afirmado controlando movimientos, organizaciones y pueblos, se une a una correspondiente educación, a una especie de lobotomía psíquica tendente a neutralizar metódicamente incluso en la infancia cada forma de sensibilidad y de interés superior, toda forma de pensar que no sea en términos de economía y de procesos económico-sociales- tiene tras de sí el vacío más pavoroso y presenta el valor del opiáceo más deletéreo hasta ahora suministrado para una humanidad desarraigada.

Cabalgar el Tigre (1961)

El absurdo propio del sistema de vida moderna se evidencia con toda crudeza precisamente en aquellos aspectos económicos que, esencial y regresivamente, la determinan. Por un lado, de una economía de lo necesario se ha pasado decididamente a una economía de lo superfluo, debido a la superproducción y al progreso de la técnica industrial. La superproducción exige, por el volumen de negocios de las fábricas, que sea alimentado o suscitado en las masas un máximo volumen de necesidades: a través de estas necesidades, convertidas en habituales y "normales", comportan un creciente condicionamiento del individuo. Aquí el primer factor es pues la naturaleza misma del proceso productivo disociado, que ha tomado casi de la mano al hombre moderno, como un "gigante desencadenado" incapaz de detenerse y capaz de volver verdadero el "Fiat productio, pereat homo!" (W. Sombart)

Cabalgar el tigre (1961)

Los últimos tiempos nos han ofrecido el espectáculo de la deserción y de la traición de los clérigos: estos -como observó Benda- han abandonado sus posiciones y han ido a converger con la intelectualidad, el pensamiento y han renunciado a su misma autoridad poniéndola al servicio de la realidad material, de los procesos y de las fuerzas que se afirman en el mundo moderno, proporcionando su justificación, un derecho, un valor. Lo que ha acelerado y potenciado aquellas fuerzas y procesos.

L'Italiano (junio-julio 1963)

Es innegable la caída de nivel de la iglesia moderna por el hecho de que ella tiene preocupaciones de carácter social y moralista de mucho más peso que el atribuido a la vía sobrenatural, con el ascesis y la contemplación, puntos esenciales de referencia de toda forma superior de religiosidad (...). De hecho, hoy las preocupaciones principales del catolicismo parecen ser un pequeño moralismo virtuosista sexual burgués y un inadecuado paternatismo asistencial.

Los hombres y las ruinas (IIed. 1967)

La revuelta puede ser légítima cuando se orienta contra una civilización en la que casi nada tiene ya una justificación superior, que es vacía y absurda, que, mecanizada y estandarizada tiende ella misma hacia lo subpersonal, en el mundo amorfo de la cantidad. Pero cuando se trata de "rebeldes sin bandera", cuando la revuelta es, por así decirlo, un fin en sí misma, el resto sirve apenas de pretexto, cuando se acompaña a formas de desencadenamiento, de primitivismo, de abandono a lo que es elemental en el sentido inferior (sexo, jazz negro, embriaguez, violencia gratuita e incluso criminal, exaltación complacida de lo vulgar y lo anárquico), entonces no es arriesgado establecer un nexo entre estos fenomenos y los otros que sobre un plano diferente atestiguan la acción de fuerzas del caos que afloran desde lo bajo a través de las grietas más visibles del orden subsistente.

Il Conciliatores (15 de noviembre 1967)

La perversión de la cultura moderna ha comenzado con el advenimiento de la ciencia, a la cual se han asociado el racionalismo y el materialismo. A tal respecto también puede hablarse de procesos autonomizados, los cuales han dado la mano al hombre que, por así decirlo, no consigue seguir al paso con sus mismas creaciones. No se trata, naturalmente, de negación práctica sino de lo que ha incidido sobre la visión del mundo, la cual desde hace tiempo, ha estado precisamente condicionada por la ciencia, la filosofía y las mismascreencias religiosas habiendo pasado prácticamente en un plano secundario e irrelevante. El "mito" de la ciencia es el que debería combatirse, es decir, la idea que conduce a lo que es verdaderamente digno de ser conocido, que ella en sus aplicaciones vaya más allá del dominio de los simples medios y dé alguna contribución a la solución de los problemas fundamentales de la existencia y del mundo. "Progresismo" y cientifismo van, por lo demás, de la mano.

Il Borghese (5 de septiembre 1968)

Es casi humorístico incluir entre las "reivindicaciones sociales", entre los "derechos inalienables de la persona humana", la libertad sexual próxima a la libertad de oponión, de culto, libertad de reunión, de residencia y de cualquier otra hermosa "conquista" de la democracia, desde el punto de vista de la cual, sin embargo, poco se podría objetar contra esta ulterior "reivindicación". Aquí, como en otros lugares, podría recordarse las palabras de Zarathustra nietzscheano, el cual interesaba no el ser libre DE alguna cosa (de las restricciones) sino el ser libre PARA algo, es decir el uso de la libertad, y recordaba como muchos pierden el último de sus valores en el momento de sacudirse todo yugo.

L'arco e la clava (1968)

El advenimiento de la democracia significa algo más serio y más grave de lo que hoy puede parecer desde el punto de vista símplemente político, es decir como el error y la estupidísima infatuación de una sociedad que prepara por sí mismo su propia fosa. No es erróneo afirmar que el clima "democrático" es tal que no puede dejar de ejercer, a la larga, una acción en sentido regresivo también sobre el hombre como personalidad y en términos "existenciales": precisamente tras las correspondencias antes indicadas entre el individuo como pequeño organismo y el Estado como gran organismo. Tal idea puede encontrar confirmación si se examinan varios aspectos de la sociedad más reciente. Platón dijo que aquellos que no tienen un señor en sí mismos, mucho menos lo tendrán fuera de sí mismos. Pues bien, lo que ha sido llamado "liberación" de uno o de otro pueblo, mezclado frecuentemente con la violencia (como tras la guerra mundial), con el "progreso democrático" que elimina todo principio de soberanía y de verdadera autoridad y toda ordenación de lo alto, hoy se establece en un número cada vez más relevante de individuos una "liberación" que significa la eliminación de cualquier "forma" interna, de todo carácter y rectitud: en una palabra, el declive o la carencia en el individuo de aquel poder central por el cual hemos recordado con la sugestiva denominación clásica de egemonikon.

L'Arco e la clava (1968)

Puede constatarse esta singular inversión: la antigua humanidad ha sido acusada de ser "mítica", es decir de haber vivido y actuado subyacendo a simples complejos fantásticos e irracionales. La verdad es, sin embargo, que nunca ha existido una humanidad "míitica" en sentido negativo, salvo, ciertamente, la humanidad contemporánea, que vive de aquellas grandes palabras escritas con mayúscula -empezando por Pueblo, Progreso, Humanidad, Sociedad, Libertad y tantas otras que han suscitado increibles movimientos de masas y que conduce a una parálisis de toda capacidad de juicio lúcido y de crítica en el individuo, con las consecuencias más desastrosas- todas estas palabras presentan hoy el carácter de mitos, si bien, mejor sería caracterizarlos como "fábulas", por que etimológicamente "fábula", derivada de HACER, significa lo que corresponde a un simple hablar, es decir, palabras vacías. Esto es el nivel sobre el cual se encuentra la considerada humanidad evolucionada e iluminada de nuestros días

L'arco e la clava (1968)

Precisamente por que el saeculum, el mundo, hoy se ha llenado frenética y ciegamente en la inmanencia, la Iglesia habría debido defender, con reforzada intransigencia y decisión, el "supranaturalismo" y todo lo que tiene un carácter trascendente y verdaderamente sacro, partiendo de los valores de la contemplación y de la alta ascesis. Sin embargo la preocupación por "ponerse al día" ha llevado a las supremas jerarquías católicas en dirección opuesta, buscando una adaptación tácita a aquello que puede "necesitar" el hombre de nuestro tiempo.

Il Conciliatore (15 junio 1969)

Uno de los signos del agotamiento de la cultura actual es la atención que se concede al llamado "movimiento contestatario", en general, y en su forma particular al "movimiento estudiantil". No es que tal movimiento carezca de importancia, por el contrario: pero lo tiene solo como un índice de los tiempos (...). Las conexiones del contestatario con la llamada revolución sexual en los aspectos más espúreos y promiscuos de esta, su colusión con "melenudos", drogados y similares, son significativas, como es significativo el espectáculo ofrecido por muchos sectores en los cuales el "sistema" represivo está siendo sustiuido por otro cada vez más el "permisivo". ?Qué uso se hace de este nuevo espacio, de esta nueva libertad? Los síntomas, aquí, se multiplican, evidenciando que toda la "revuelta" está condicionada por lo bajo; la "contestación" aparece como lo opuesto a aquella revuelta, de fondo aristocrático, que aun podía caracterizar algunas individualidades de la generación precedente, a partir de Nietzsche, del mejor Nietzsche.

Il Conciliatore (15 abril 1970)

Dejando aparte el sector clínico, de validez restringida, si en un ámbito más amplio se aceptan sugestiones, los mitos y la jerga del psicoanálisis, se está aceptando implicitamente una imagen mutilada, degradada, desfigurada del ser humano que impide, a la inversa de lo que pretendía, una verdadera integración de la personalidad. Por otra parte, la infección psicoanalitica, el papel que el psicoanálisis ha tomado en la cultura, deben considerar como un signo poco confortante de los tiempos, de aquellos tiempos que ya antiguas tradiciones habían anunciado definiéndola como una "edad oscura". En lugar de tributar respeto y admiración a los psicoanalistas, deberían verse en ellos a personas necesitadas de un tratamiento, al ser afectadas por una verdadera y, más o menos, aguda paranoia que haría muy oportuno su aislamiento.

Il Conciliatore (15 noviembre 1970)

IV: AUTORIDAD - JERARQUIA

IV: AUTORIDAD - JERARQUIA

 

IV

AUTORIDAD - JERARQUIA

ARISTOCRACIA

En todas sus obras, y en particular en las "políticas", Evola indica a los hombres "en pie entre las ruinas" cual es vía para defender la personalidad frente a la amenaza de lo colectivo, así como las bases sobre las que se deberá reconstruir una sociedad civil y práctica normal: exaltando los valores jerárquicos, aristocráticos, cualitativos (es decir, "tradicionales") inseparables de una visión general coherente de la vida que se ha dado en llamar "revolucionario-conservadora". Revolucionaria, en tanto que niega radical y positivamente las ideologías y los mitos que dominan la actual decadencia europea (y especialmente italiana), desde la democracia al izquierdismo. Conservadora, como reacción que surge para defender valores de virilidad espiritual, dignidad y libertad hoy olvidados y que es preciso recuperar.

Para el presente capítulo han sido consultados: Imperialismo Pagano, Revuelta contra el mundo moderno, Los hombres y las ruinas, Cabalgar el tigre y El fascismo, así como de varios periódicos.

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"La antítesis verdadera frente a "Oriente" y a "Occidente" no es la idea social, sino, por el contrario, la idea jerárquica integral".

Orientaciones (1950)

La causa verdadera de la decadencia de la idea política en Occidente contemporáneo reside precisamente en el hecho de que los valores espirituales que una vez impregnaron el ordenamiento social han venido a menos, sin que se haya sabido sustituirlo por nada. El problema es que se ha descendido al nivel de factores económicos, industriales, militares, administrativas y, como máximo, sentimentales, sin darse cuenta que todo esto no es más que mera meteria, necesaria hasta donde se quiera, pero nunca suficiente, para producir una ordenación social sólida y racional, apoyada sobre sí misma, de la misma forma que el simple encuentro de fuerzas mecánicas no producirá jamás un ser viviente.

Imperialismo pagano (1928)

Se dice que la democracia es el autogobierno del pueblo. La voluntad soberana es la de la mayoría, que se expresa libremente a través del voto entregado a representantes que son tenidos como símbolos del interés general. Pero, a pesar de que se insista en la idea de "autogobierno" surgirá siempre una distinción entre gobernados y gobernantes, en la medida en que un ordenamiento estatal no se construye si la voluntad de la mayoría no se concreta en personas particulares, a las cuales se confía el gobierno. Resulta evidente que estas personas no serán elegidas por casualidad: serán aquellas en las que se cree reconocer una mayor capacidad, bon gré mal gré, una superioridad sobre los otros, de tal forma que no serán considerados como simples portavoces, sino que se supondrá un principio de autonomía, una iniciativa de legislación. Así aparecerá, en el seno del democratismo, un factor antidemocrático, que vanamente se busca reprimir con los principios del electoralismo y de la sanción popular.

Imperialismo pagano (1928)

La superioridad de los superiores se expresa entre otros, en el hecho, de que son capaces de discernir lo que es verdaderamente valor, y de jerarquizar los verdaderos valores, supraordenado los unos a los otros. Ahora bien, los llamados principios democráticos desmantelan íntegramente la situación, en tanto que remiten a la masa el juicio (sea en las relaciones de las elecciones, sea en la preocupación de las elecciones, o de las sanciones) y el decidir quien es superior; pero la masa es el conjunto de aquellos que, por hipotesis, son los menos aptos para juzgar, o cuyo juicio se restringe por la necesidad a los valores inferiores de la vida más inmediata. (...) Un error así -similar al que, tras haber concedido que los ciegos deban ser guiados por los que ven, exigiera que sean los ciegos quienes decidan quien ve más o menos, un error así es pues la causa principal de la denunciada degradación moderna de la realidad politica en realidad económico administrativa.

Imperialismo pagano (1928)

El democratismo vive sobre un presupuesto optimista completamente gratuito. No se da cuenta del carácter absolutamente irracional de la psicología de las masas (...) Las masas son arrastradas, no por la razón, sino por el entusiasmo, la emoción o la sugestión. Al igual que una mujer, sigue a quien sepa fascinarlo mejor, atemorizándola o atrayéndola, con medios que en sí mismos no tienen nada de lógico. Como una mujer, es inconstante, y pasa de uno a otro, sin que tal traspaso puede ser uniformemente explicado mediante una ley racional o con un ritmo progresivo. Un "progreso" considerado justamente debería referirse, no al simple darse cuenta que las cosas desde el punto de vista material van mejor o peor, sino que consistiría en el traspaso de un criterio material a un criterio más alto de juicio; lo contrario constituye una mera superstición occidental, contra la que no nunca reaccionaremos con la suficiente energía. La concepción que prevalece hoy afirma que el autogobierno de las masas es posible, que puede abandonarse a la colectividad el derecho de elección y de sanción, en cuanto todo que el "pueblo" puede ser considerado como una sola inteligencia, como un solo gran ser viviente dotado de una vida propia y de conciencia racional. Pero esto es un puro mito optimista, que ninguna consideración social o histórica positiva confirma y que ha sido inventado únicamente por una raza de siervos que, faltos de verdaderos jefes, buscan una máscara a su anárquica presunción de poder hacer de sí una pequeña vida aburguesada. Así, el presupueto del democracismo -este optimismo- lo es también, y eminentemente, de las doctrinas anárquistas. Y, llevado a una forma prosopopeyeizada y teologizada, reaparece aun en la base de las corrientes maziniana y de la misma teoría del considerado "Estado Absoluto".

Imperialismo pagano (1928)

La "nación", el "pueblo", la "humanidad", etc., lejos de ser seres reales, son simples metáforas, y su "unidad" por una parte es meramente verbal, y por otra no la de un organismo ya constituido según una racionalidad inmanente, sino aquella, por el contrario, de un sistema de muchas fuerzas individuales, oponiéndose y equilibrándose entre ellas, y por ello mismo, esencialmente dinámica e inestable. Queremos tener presente esto al utilizar el término "muchos", añadiendo al carácter ya dicho de irracionalidad de las "masas", el de su naturaleza plurima. Desde tal punto de vista, tambiénel concepto-base de la considerada "voluntad del pueblo" se demuesta inconsistente, y para sustituir con el equilibrio momentáneo de las múltiples voluntades, de los múltiples individuos más o menos asociados: como una cascada, que desde lejos puede parecer firme y entera, pero que al aproximarse resulta de una infinidad de elementos diversos en incesante movimiento. Todo democratismo no es má que un liberalismo traventido. Sobre estas consideraciones, concluyentes en la irrealidad del ente-pueblo, del ente-nación, etc. y en lo ilógico de la realidad plurima a la ue concretamente se reducen, no se podría nunca insistir demasiado. Lo importante es revelar que si se socavan aquello en lo que puede justificarse la doctrina democrática de la organización de lo bajo como autogobierno del "Pueblo" o de la "nación", socavan también una ficción más prohibida, de la que muchas concepciones que se dicen y se creen antidemocráticas son algo más que exento. Entendemos referirnos a la superstición y a la idolatría por el "Estado", entendemos referirnos al concepto hegeliano de "Estado Absoluto",donde se afirma que aquell que es real es el Estado, no los individuos, los cuales -cualquiera que sean, a partir de los jefes- deben desaparecer ante el Estado. Pocos fenómenos obsesivos nos aparecen de un carácter tan aberrando como ete, cuyo abstractismo es en verdad bastante peor que no el abstractismo democrático.

Imperialismo pagano (1928)

Al desplazar el problema del individuo a la sociedad, junto a aquel concepto de libertad se afirma otro principio "inmortal": el de la igualdad. ?Como olvidar que si existe igualdad no puede haber libertad? ?Qué la nivelación de las posibilidades, la identidad de los deberes, el reconocimiento recíproco vuelve imposible la libertad? Repitámoslo de nuevo: la libertad verdadera existe solamente en un cuadro jerárquico, en la diferencia, en la irreductibilidad de las cualidades individuales; existe solamente allí donde el problema social se resuelve favoreciendo en un pequeño grupo el más completo desarrollo de las posibilidades humanas, al precio de la mayor desigualdad entre los otros, o según el estilo clásico pagano.

Imperialismo pagano (1928)

Tras el pueblo del que hablan los demócratas, encontramos a lo "individuos", los cuales (y aquí está la diferencia) son entendidos de manera igualitaria, en cuanto que el reconocimiento de los jefes se hace decidir no de la cualidad, sino de la cantidad (el mayor número, la mayoría del sistema electoral): pero la cantidad puede ser un criterio solamente en el supuesto de la igualdad de los individuos, que nivela el valor del voto de cada uno. Ahora bien, el "inmortal principio" de la igualdad es sin duda el que se presta a una mayor contestación. La desigualdad de los hombres es algo demasiado evidente para quien quiera ahorrar palabras: basta solamente abrir los ojos y mirar.

Imperialismo pagano (1928)

Toda forma tradicional de civilización se caracteriza por la presencia de seres que, por su "divinidad", es decir por una superioridad innata o adquirida respecto a las condiciones humanas y naturales, son capaces de representar la presencia viva y eficaz del principio metafísico en el seno del orden temporal. Tal es, según el sentido interior de su etimología y el valor originario de su función, el pontifex, el "hacedor de puentes" o "vías" -pons tenía también arcaicamente el sentido de vía- entre lo natural y lo sobrenatural. Por otra parte, el pontifex tradicionalmente se identificaba con el rex según el único concepto de una divinidad regia y de una realeza sacerdotal (...) El fundamento básico de la autoridad y del derecho del rey y del jefe -por lo que era venerado, temido y glorificado, en los marcos del mundo tradicional- era esencialmente esta cualidad sagrada y no-humana, considerada, no como una palabra vacía, sino como una realidad. Por ello lo invisible era sentido como un principio anterior y superior a lo visible y a lo temporal, así, se reconocía inmediatamente el primado de tales naturalezas sobre todos, con el correspondiente derecho natural y absoluto del soberano. En la civilización tradicional está completamente ausente la idea laica, profana, símplemente "política" de la realeza, que aparece en el período siguiente; el mundo de la tradición no conoció ni concedió preemnencia fundamental a la violencia y la ambición, o a las cualidades naturales y mundanas, inteligencia, fuerza, habilidad, valor, sabiduría, solicitud por el bien material colectivo, y demás. Absolutamente extraña a la tradición es la idea, de que los poderes del rey proceden de aquellos que gobierna; que sus leyes y su autoridad sean expresiones de la colectividad, sujetas a la sanción de ésta.

Revuelta contra el mundo moderno (1934)

Es un absurdo creer que los verdaderos representantes de la autoridad espiritual, es decir de la tradición, se pusieran a correr tras los hombres para afirmar su poder o para obtener su obediencia; que "actúen", en suma, y tengan interés directo en crear y mantener relaciones jerárquicas, en virtud de las cuales visiblemente pueden aparecer como los Jefes. El reconocimiento por parte del inferior es la verdadera base de toda jerarquía tradicional. No es el superior quien tiene necesidad del inferior, sino el inferior el que tiene necesidad del superior: no es el Jefe quien tiene necesidad de los subordinados, sino el subordinado quien tiene necesidad de un Jefe. La esencia de la jerarquía está en el hecho de que en algunos seres superiores vive, en forma de presencia y de realidad actuada, aquello que en los otros existe solo como aspiración confusa, como presentimiento, como tendencia, por lo que estos son fatalmente atraídos por los primeros, a los que se subordinan de forma natural, y en tal subordinación hoy algo menos de exterior que de seguir a su verdadero "yo". Aquí está el secreto de toda disposición para el sacrificio, de todo heroismo, de toda viril integración en el mundo de las antiguas jerarquías; y, por otra parte, de un prestigio, de una autoridad, de una serena potencia y de una influencia, que ni siquiera el tirano mejor armado habría podido asegurarse.

Lo Stato (mayo 1938)

El verdadero espíritu aristocrático no puede tener rasgos comunes con las formas de dominio maquiavelista o demagógico como sucedió en las antiguas tiranías populares o entre los tribunos de la plebe. Ni siquiera puede tener por base una teoría del "superhombre", si en el conjunto se debiera pensar solamente en un poder apoyado sobre calidades puramente individuales y naturalistas de figuras violentas y temibles. En su más íntimo principio, la sustancia del espíritu aristocrático es, por el contrario, "olímpica", ya hemos diho que se extrae de un orden metafísico. La base del tipo aristocrático es ante todo espiritual. El significado de la espiritualidad tiene poco que ver con la noción que hoy se tiene de ella: se conecta con un sentido innato de soberanía, con un desprecio por las cosas profanas, comunes, nacidas de la habilidad, el ingenio, la erudición e incluso de genialidad; desprecio, que se aproxima al que profesa el asceta, diferenciándose sin embargo por una ausencia completa de pathos y de sentimiento. Se podría añadir en esta fórmula la esencia de la verdadera naturaleza noble: una superioridad deraza, respecto a la vida convertida naturaleza.

Lo Stato (octubre 1941)

La desigualdad es verdadera por el mero hecho de que es verdadera de derecho, es real por que es necesaria. Aquello que la ideología igualitaria querría pintar como un estado de "justicia" sería sin embargo, desde un punto de vista más alto y fuera de la retórica humanitaria, un estado de injusticia... algo que ya un Cicerón y un Aristóteles habían reconocido. Plantear la desigualdad quiere decir superar el concepto de cantidad, admitir la cualidad. En este punto se diferencian los dos conceptos de individuo y persona (...). La persona es el individuo diferenciado mediante la cualidad, mediante su rosto, una naturaleza propia, mediante una serie de atributos que lo hacen sí mismo y lo distinguen de cualquier otro; que lo vuelven fundamentalmente desigual. Es el hombre en el cual las características generales (partiendo de aquella generalísima de ser humano y así sucesivamente la de ser de una raza dada, de una nación dada, de un estado dado, de un sexo dado, de un grupo dado) asumen una forma diferenciada de expresión, articulándose variadamente, individuandose. Es ascendente cualquier proceso vital, individual, social o moral que transcurre en tal sentido, que lleva hacia la perfección de la persona según su naturaleza propia.

Los hombres y las ruinas (1953)

El principio considera "por naturaleza" que los hombres son todos libres y poseen iguales derechos, es un verdadero absurdo, por la sencilla razón de que "por naturaleza" los hombres no son iguales y que, cuando se ha pasado a un orden no simplemente naturalista, el ser "persona" no es una cualidad uniforme o uniformememente distribuida, no es una dignidad igual en todos y derivada automáticamente de la simple pertenencia de un individuo a la especie biológica "hombre". La "dignidad de la persona humana", con todo lo que implica y en torno a la cual los iusnaturalistas y los liberales hacen tantas alharacas, se reconoce donde verdaderamente existe, no en cualquiera. Donde existe verdaderamente tal dignidad -repitámoslo- tampoco se juzga igual en cada caso. Admite diversos grados, y es de justicia reconocer para cada uno de estos grados un diverso derecho, una diversa libertad.

Los hombres y las ruinas (1953)

No puede existir paridad más que entre pares, es decir entre los que se encuentran objetivamente a un mismo nivel, que encarnan un grado análogo de "ser persona" y la libertad, el derecho de los cuales no pueden ser la misma que en los otros grados, superiores o inferiores al suyo. Es evidente que para la "fraternidad", incluida como complemento sentimental y pietista en los "inmoratales principios", puede aplicarse la misma restricción; resulta una insolencia hacer de ella una norma y un deber universal en términos promiscuos. Por lo demás, la idea de "fraternidad", cuando fue considerada dentro de un marco jerárquico propio de los "pares" y de los "iguales" tuvo en el pasado un concepto aristocrático.

Los hombres y las ruinas (1953)

Sobre la libertad -primer término de la terna revolucionaria- debe reafirmarse la misma idea. La libertad se entiende y defiente en modo cualitativo y diferenciado en cada persona; a cada uno le viene dada la libertad que merece, medida por la estatura y la dignidad de su persona y no por el hecho abstracto y elemental de su ser simplemente hombre o "ciudadano" (la famosa proclamación de los droits de l’homme et du citoyen). La máxima clásica libertad summis infimisque aequanda, expresaba que la libertad es equitativamente distribuida de lo alto a lo bajo. "No existe una única libertad sino que existen muchas libertades" se ha escrito igualmente. No existe una libertad abstracta general sino que existen libertades articuladas conforme a la propia naturaleza; es la idea no de una libertad homogénea sino del complejo de estas libertades diferenciadas y cualificadas que el hombre debe hacer surgir en sí" (Spann). En cuanto a la otra libertad, la liberal y jusnaturalista, es una ficción del mismo estilo que la "igualdad".

Los hombres y las ruinas (1953)

Ningún Dios ha ligado nunca al hombre; el despotismo divino solo es una fantasía de las interpretaciones iluministas; el mundo de la Tradición tenía orientado de lo alto hacia lo alto, el sistema de sus jerarquías, la variedad de la autoridad legítima y de la potestad sacra. De todo este sistema el verdadero, esencial mendamiento eran sin embargo la particular conformación interna, la capacidad de reconocimiento y los diversos intereses congénitos en un tipo de hombre ahora casi completamente degradado. El hombre, en un momento dado, ha querido "ser libre". Se le ha dejado hacer, se ha dejado que se desligara de los vínculos que lo sostenían; se ha dejado que su liberación acarrease todas las consecuencias derivadas de una concatenación rigurosa, hasta el estado actual, en el que el "Dios ha muerto" (Bernanos dice "Dios se ha retirado") y la existencia se convierte en el campo de lo absurdo donde todo es posible y todo es lícito.

Cabalgar el tigre (1961)

Hoy apenas se advierte la antítesis existente entre la autoridad natural de un verdadero jefe y la autoridad basada sobre un poder informe o sobre la capacidad o arte de mover las fuerzas emotivas e irracionales de las masas, puesta en marcha por una individualidad excepcional. Para precisar, diremos que en un sistema tradicional se obedece y se es súbdito en base a lo que Nietzsche llamó el "pathos de la distancia", es decir por que se experimenta la sensación de estar ante alguien, casi, de otra naturaleza. En el mundo de hoy, con la transformación del pueblo en plebe y en masa, se obedece, como máximo, en base a un "pathos de la proximidad", es decir, de la igualdad; se tolera solo a aquel jefe que, en esencia, es "uno de nosotros", que es "popular", que expresa "la voluntad del pueblo", que es el "gran compañero". Un "ducismo" en sentido deteriorado, se ha afirmado con el hitlerismo y el mismo stalinismo ("el culto a la personalidad" que remite al confuso concepto de Carlyle de los "héroes"), corresponde a esta segunda orientación, a la vez antitradicional e incompatible con los ideales y con el ethos de la verdadera Derecha.

El fascismo (1964)

El comportamiento "popular" de los últimos papas es significativo de la caida de nivel y del considerado "seguir los tiempos"; el "volverse populares", el renunciar al prestigio de la distancia, que se da también en el caso de los soberanos aun existentes y de la nobleza, es constatable también en el mismo dominio religioso.

El fascismo (1964)

Se hace como si a la dictadura (solución transitoria plausible solamente frente a un estado de emergencia y a la incapacidad de un gobierno regular) y el "fascismo" tal como lo presentan facciosamente y en forma distorsionada del antifascismo militantes y el comunismo, no fuera concebible nada más. Lo verdaderamente insoportable, en realidad, no es la "dictadura", sino todo lo que sea autoridad. Es cómodo olvidar que la historia la dictadura o la democracia absoluta, necesariamente demagógica, no son más que excepciones, y que lo normal fueron los regímenes, preexistentes monárquicos, basados sobre un principio legítimo y reconocido de autoridad. Y precisamente tal principio que hoy es contestado, y no solamente en el campo estríctamente político, sino también en la familia, en la escuela, en la educación, en las costumbres, en toda estructura, e incluso en el seno de la Iglesia cuyo clero "progresista" quisiera ver una reforma en el sentido "conciliar" y "antipontifical". Esto es el verdadero fondo de la "libertad" fetichizada la cual refleja una insuficiencia de período infantil o de período de crisis de la pubertad, con la incapacidad y el rechazo de reconocer cualquier cosa superior, valores objetivos a los que se puede subordinar sin sentirse mínimamente humillado. La exclusión por principio de estos valores, en nombre de la "libertad", como el agnosticismo y el relativismo, son los presupuestos básicos de la polémica contra toda autoridad.

Il Conciliatore (15 de marzo de 1969).

DECLARACION

DECLARACION

1.- El mundo moderno está en crisis, es cada vez más hostil y menos humano. Nueva Política se opone a la ideología subyacente a este mundo: La Ilustración burguesa y el materialismo. Nuestra intención es recuperar el sentido espiritual del mundo y de la existencia.

2.- La ideología de la modernidad ha roto todos los lazos de unión de nuestras antiguas comunidades. Nueva Política proclama la Unidad como norte y principio, afirmando el propósito de restaurar dicha unidad en el hombre, entre los hombres y las tierras como medio para lograr el equilibrio, la plenitud y la armonía con la Naturaleza y con lo Sagrado.

3.- NUEVA POLÍTICA se enfrentará a la ideología de la Modernidad y a sus consecuencias en todos los terrenos. Su existencia debe enmarcarse en lo que es una guerra total entre concepciones del mundo radicalmente antagónicas.

4.- Frente a un sistema político partitocrático, dictatorial e individualista, propugnamos una democracia de estructura orgánica y dinámica participativa, una República que haga honor a la palabra. La lucha contra la restauración monárquica de 1978 es un eje incuestionable de nuestra actividad política.

5.- Frente a la sociedad que vivimos, donde las libertades formales encubren su auténtica naturaleza totalitaria, levantamos el concepto de Comunidad Popular, en la que el respeto a la identidad, la Integridad, la responsabilidad social, el deber con la comunidad, la solidaridad, la libertad, la integridad, la dignidad y, sobre todo, el honor, sean las bases de una auténtica ética comunitaria y fuente de todo Derecho.

6.- Frente a todos los rostros del capitalismo, modelo que la oligarquía ha impuesto en la esfera económico-social para defender, tanto sus intereses, como al propio sistema, propugnamos una economía supeditada a la dirección política, planificada y estructurada orgánicamente; donde el Trabajo, en todas sus formas, sea el máximo valor económico y única fuente legitimadora del control, la propiedad y la gestión de los medios de producción. En nuestra economía siempre prevalecerá el interés general de la Comunidad frente a los intereses particulares de sus miembros.

7.- Frente al Estado administrador y policíaco, impulsaremos un Estado-misión como instrumento político de la Comunidad para llevar a cabo sus destinos históricos. Será misión del Estado cumplir y hacer cumplir los planes que la Comunidad Popular decida acometer en defensa del bien común y de la grandeza de la Nación. La actuación del Estado se fundamentará en la aplicación del principio de subsidiaridad.

8.- Frente a la cultura homogeneizante y degradadora del sistema actual, defenderemos nuestras raíces culturales, nuestras tradiciones y nuestra identidad. Nos enfrentaremos a todo tipo de colonialismo cultural y haremos un esfuerzo por recuperar nuestra historia y nuestros mitos fundadores.

9.- Frente a una Técnica dominadora de hombres al servicio del progreso ilimitado y de los intereses de un modelo ideológico que consideramos destructivo, presionaremos por invertir la tendencia, desarrollando una concepción de la técnica a escala humana y supeditada a los intereses generales de la Comunidad.

10.- Por último, los miembros de NUEVA POLÍTICA manifestamos públicamente nuestro amor y nuestro respeto por la Patria Española, hoy discutida desde todos los frentes por los mentores y los propagandistas de la ideología dominante. La integridad, unidad, dignidad y soberanía de nuestra Nación serán siempre metas irrenunciables. La construcción de una Europa unida en lo político, social, cultural y militar, así como nuestra responsabilidad histórica con los pueblos iberoamericanos, serán los ejes de nuestra política exterior. Pedimos, por tanto, nuestra desvinculación de los organismos internacionales supeditados al imperialismo norteamericano (OTAN, FMI, BM,OMC, etc. ) y el abandono de toda presencia extranjera en nuestro territorio (instalaciones yanquis, Gibraltar, ...) .

NACIONAL-MASOQUISMO

NACIONAL-MASOQUISMO

“Oyendo hablar de un hombre, fácil es
acertar donde vio la luz del sol.
Si os alaba a Inglaterra, será inglés,
Si os habla mal de Prusia, es un francés,
Y si habla mal de España, es español.”
(JOAQUIN MARÍA BARTRINA)

Mucho de cierto encierran las pinceladas sentenciosas del autor de “Algo”, aquel español de Reus al que los escasos treinta años con que le sorprendió la muerte en 1880, le alcanzaron con largueza para percibir dolorosamente ese “reneguismo” insólito, mezcla de complejo de inferioridad, fatalismo crónico y resentimiento, que en lo sucesivo denominaremos nacional-masoquismo, y que se hace presente en el ánimo de tantos compatriotas nuestros casi desde las jornadas heroicas en que, con la toma de Granada y el Descubrimiento del Nuevo Mundo, se consuma la unidad nacional y se abre camino en la historia el Imperio español.
El nacional-masoquismo deviene de esta suerte, en algo semejante a la sombra que acompaña de forma inevitable al cuerpo de nuestro decurso histórico. Y no lo hace incidentalmente como, hasta cierto punto, lógica pleamar en horas de desgracia y decadencia. No. Como cruel paradoja más allá de arribismos efímeros, flanquea también con implacable carácter inmanente los hitos señeros de nuestra andadura nacional. Diríase que está imbuido en nuestro ser; a modo de añadido espurio si se quiere, pero extendiendo su permanencia a lo largo de las centurias, sean cuales fueren las circunstancias. Podríamos concretar afirmando que, no ya en Trafalgar, en Cuba o en Annual, sino junto a cada San Quintín o cada Lepanto, aparece inefable el espectro del Antonio Pérez de turno…
La especificidad del nacional-masoquismo español reside en su persistencia cronológica; en que larvado, enquistado con toda su purulencia en el organismo de España, ha trascendido sistemas políticos, dinastías, constituciones y revoluciones, sin ver alterada su esencia. Alimentando como adelantado las inmarcesibles leyendas negras y provocando el eterno retorno de nuestros fantasmas familiares, siempre encontró acólitos fervientes entre nuestros connacionales. Nos hallamos pues ante un original y distintivo “engendro” español.
El nacional-masoquismo por su acrisolada naturaleza autodestructiva, nada tiene que ver con una voluntad arquetípica de carácter regeneracionista que incluye necesariamente un saludable componente crítico pero sin obviar la esencia profunda del sujeto objeto de la acción renovadora. Muy por el contrario, el nacional-masoquismo persigue una “transubstanciación” de España, esto es, su transformación en algo distinto de lo que es; en definitiva, su desespañolización.
La pertinaz presencia de las corrientes nacional-masoquistas en España y su acción corrosiva han configurado un proceso degenerativo del concepto de lo español dentro y fuera de nuestras fronteras cuyos efectos mas visibles han sido sucesivamente, la paulatina ausencia de un sentido de misión en el mundo; el debilitamiento de la fe comunal en los principios constitutivos de lo español; y en último extremo, la demolición de los vestigios remotos de la mas elemental conciencia nacional, lo que subviene por inercia, en una progresiva apostasía colectiva.
Este proceso histórico que ha gravitado sobre el común denominador de la indeclinable permanencia del influjo nacional-masoquista en todas las esferas de la vida nacional, ha adquirido proporciones dantescas al ir alcanzando sus más conspicuos representantes las cimas del poder político. A día de hoy puede afirmarse sin rebozo, que la tendencia conoce su punto culminante, pudiendo intuir, aun los menos avezados, la posibilidad del “finis Hispaniae”…
En orden a una clarificación conceptual, sería adecuado establecer los varios frentes abiertos por nuestros iluminados nacional-masoquistas, todos ellos haciendo eclosión pareja en esta hora. A título meramente enunciativo y eludiendo cualquier tentación casuística proponemos los que siguen:

1. La “reinvención” de la historia. Por un lado, con la maniquea “Recuperación de la memoria” en lo referente a los sucesos más cercanos en el tiempo, especialmente la guerra civil y el Franquismo. Por otra parte, y en lo que hace a la interpretación global de la Historia española, desde la invasión musulmana de la península hasta la Restauración, mediante una peculiar metodología que pedantemente se ha dado en llamar “deconstrucción”.

2. El secesionismo nacionalista, interconectado con el antedicho procedimiento de falsificación histórica, hasta el punto de haber fabricado un entramado virtual que, aunque únicamente apto para lerdos, iletrados y embusteros funcionales, ha ido ganando adeptos por mor de una inextricable manipulación comunitaria.

3. El pensamiento único, impuesto a través del totalitarismo involucionista de los medios de comunicación, férreamente controlados por el sistema, y detentadores en exclusiva de la patente “democrática” desde la que se da curso al mito de “lo políticamente correcto”, con la consiguiente estigmatización de quien o quienes se resistan a su inquisitorial dictado.

4. El colonialismo cultural, cimentado sobre la pretendidamente incontrovertible globalización que enmascara un mundialismo economicista, sin más valores que los del materialismo despiadado.

5. La inmigración salvaje, fruto evidente de la mundialización, proveniente en gran medida de países social, cultural, religiosa y políticamente distintos, -cuando no incompatibles- del nuestro, con sus secuelas de explotación encubierta, delincuencia, terrorismo y enfrentamiento social.

6. El desarme moral de la sociedad, sumida en la atonía y el entreguismo, y narcotizada con el desenfreno consumista.

Como fiel trasunto de todo ello, la lenidad deliberada en la acción gobernante, apenas interrumpida, en episódicos ejercicios diversivos, por el melifluo “patriotismo constitucional” de unos, algo así como un posmoderno “¡vivan las caenas!”, o el “talante” de otros, insustancial disimulo de una alarmante ausencia de criterio rector. Rematando esta subespecie de sincretismo desvaído, una Corona hueca e incapaz, tercamente aferrada al “Laissez-faire”, y a cuyos beneficiarios mas les valiera recordar las punzantes y como de costumbre ingeniosas palabras de Quevedo:
“Lo es el Rey Nuestro Señor a la manera de los hoyos, más grande cuanta más tierra le quitan”.
Rafael Meléndez-Valdés